Parece que siempre vaya a ser todo camino de Segovia. No, en absoluto. Esta vez fuimos en tren al punto de partida habitual de muchas de nuestras excursiones, pero en vez de mirar hacia el norte, en una gélida mañana invernal nos dirigimos hacia el sur. Más ropa no podíamos ponernos encima.
Nos encaminamos, después de la primera cuesta inicial, por entre sendas y caminos helados, hacia el pueblo de Navacerrada. Dejamos atrás el camino del calvario y poco a poco ganamos altura hasta la carretera del puerta. De aquí al pueblo un poco de asfalto, que abandonamos tan pronto como dimos con el muro de la presa. Desde este punto la vista de la Maliciosa nevada y entre nubes era simplemente espectacular.
Descendimos ligeramente y girando hacia el oeste, siguiendo la línea de la sierra, nos dirigimos poco a poco hacia Miraflores. El camino se hacía agradable entre anchas sendas, con algún que otro distraído espectador. Al llegar a la entrada de la Pedriza nos dimos de bruces con la más conocida de las puertas turísticas de la sierra. Pese a que ya hace años que merodeo por estos rincones, nunca dejará de impresionarme.
Cruzamos Miraflores y atravesamos el embalse camino de un buen repechito que nos encamino de nuevo al sur. La subida no es muy larga y pronto cambia su orientación y casi sin pedalear, siguiendo en dirección contraria las flechas amarillas del Camino de Santiago, nos fuimos acercando a Colmenar Viejo.
Después de unos 40 quilómetros hicimos una parada para reponer fuerzas en la estación de Colmenar. Pensábamos en poder tomarnos algo caliente en el bar de la estación, pero no caímos en la cuenta de que era domingo y que los trabajadores de la cafetería también merecen su descanso semanal. Así, viendo llegar y partir trenes, cual modernas Penélopes, dimos buena cuenta del chocolate.
Retomamos el pedaleo y salimos, junto al cementerio, hacia la cuenca media del Manzanares. Rápidas pistas por las que iríamos perdiendo altura y que nos llevarían a vadear el río en varías ocasiones. Con tanto frío el agua saliendo despedida hacia nosotros desde las ruedas no sentaba tan bien como en verano.
Del río nacía una importante rampa para alcanzar el carril bici a la altura de Tres Cantos. A partir de ahí, todo recto hasta la estación de El Goloso. Es en ese punto donde se puede girar de nuevo hacia la derecha para adentrarse en el monte del Pardo. Sin embargo, nosotros, con cerca de 70 quilómetros en las piernas, decidimos continuar por el carril bici, enganchar con el anillo verde entrando en Madrid y dirigirnos directos a la gasolinera a quitarle todo el barro a las bicicletas.
Una ruta exigente en cuanto a quilómetros para los que no estábamos suficientemente rodados, pero asequible técnicamente hablando. En dirección contraria quizá mas complicada... habrá que probarlo (con una majestuosa siesta de vuelta en el cercanías, ¿no?).
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