El día comenzó tras una calurosa noche. Rápidamente nos vestimos y nos pusimos a recoger la mochila y desmontar la tienda. Pero ay de nosotros al quitar el sobretecho. Una de las varillas estaba rota. Poco podíamos hacer en ese momento, así que empacamos bien, desayunamos de lo que teníamos y nos subimos al bus que nos llevaría hasta Haut D'Asco.
Para poder llegar hasta el lugar que habíamos planificado como mitad de nuestra tercera etapa el autobús completó un recorrido de dos horas y media y, en la última parte, siguiendo una estrecha carretera de montaña en la que, cada vez que nos cruzábamos con una autocaravana, creíamos despeñarnos montaña abajo. Llegamos por fin al destino. Descargamos las maletas, pagamos al conductor y nos pusimos a ordenar todo con objeto de empezar la aventura.
Haut D'Asco es una antigua estación de esquí reconvertida. En el bar/restaurante existe una pequeña tienda con algunas provisiones. Lo que más me sorprendió ver fue el número importante de latas que vendían, con lo que pesan. Las latas me recordaron inmediatamente a S.M. tratando de llegar desde Casillas a Gredos con un mochilón lleno de ellas. Obviamente desistieron de su intento a los dos días de haber empezado.
Comenzamos la ascensión junto a la pista de esquí, que pronto abandonaríamos. Íbamos sin prisa alguna y a los diez minutos de subir nos encontramos con Jonas, del que os hablé en la entrada anterior.
Jonas se merece un párrafo. Aunque no lo pareciese físicamente, era flamenco. Siempre me extrañó la existencia de gente amante de la montaña en un territorio al que en francés se le conoce por el nombre de le plat pays. En cualquier caso, Jonas daba consejos a todo aquel que estuviera dispuesto a escucharle. Nos sorprendió enormemente el volumen de su mochila al montarnos en el taxi el día anterior. Pero aún mayor si cabe fue nuestra sorpresa al verle montar, junto a nuestra tienda, un vivac con los bastones y una loneta. ¿qué podía llevar este hombre en la mochila con tal ligero refugio? Una duda trascendental que, a estas alturas, todavía no hemos podido resolver. El caso es que tras diez minutos de ascensión, como os relataba, nos lo encontramos sudado hasta lo más profundo de su ser. Sólo alcanzó a pronunciar una frase mientras lo saludábamos: "parece que este año no estoy en forma". Vamos, con ese mochilón ni un mulo podría estar en suficiente forma. No le vimos en el refugio y al final de la travesía alguien nos comentó que había abandonado al día siguiente. Si es que ya lo dice T.R.: "el secreto está en el peso de la mochila".
Fuimos cogiendo altura de a poco, abandonando el bosque y pisando con destreza las grandes rocas graníticas que nos iban a acompañar a partir de entonces y que daban un sabor especial al paisaje alpino que nos rodeaba.
Desde los 1492m ascendimos hasta los 2183m del Col Perdu, o como lo llaman los corsos, Bocca Tumasginesca. Ante nosotros, el delirio. Bueno, el delirio y el auténtico acongojamiento. A escasos dos metros comenzaba el descenso y posterior ascenso a la parte alta del Circo de la Soledad.
Por supuesto que habíamos oído hablar del Circo de la Soledad, pero su empaque impresiona. Más aún cuando uno agacha la cabeza y mira las cadenas por las que tiene que bajar con entre diez y quince quilos a la espalda.
Seguimos en nuestro descenso a François, con el que compartiríamos buena parte de nuestros días de caminata, realmente auténtico. Nos fuimos haciendo con la situación y a medio camino, con el mar en el horizonte, hicimos un alto para avituallarnos.
Con energías renovadas afrontamos el ascenso. La verdad sea dicha, el Circo de la Soledad no es técnicamente complejo, pero con todos los quilos que llevábamos en la espalda, con algún paso un poco más expuesto, da miedo a cualquiera. C.G. lo pasó un poco mal y vio la luz casi tres horas después al llegar a Boca Minuta, el collado del otro lado del circo.
A partir de aquí todo bajada, un tanto pesada, hasta el refugio de Tighjettu. Allí llegamos cinco horas y media después de habernos puesto a andar, contentos tras nuestro primer día. Montamos la tienda en uno de los espacios de vivac (bastante expuestos todos), nos aseamos como mandan los cánones de la higiene y probamos nuestros primeros y maravillosos tallarines al pesto. Otros compañeros sempiternos de viaje. Se trata de un refugio bastante moderno y muy bien surtido en lo que a su parte de tienda se refiere. Quizá el mejor de entre los que pudimos visitar.
Para la tienda y su varilla utilizamos cinta americana. Afortunadamente había metido medio rollo en la mochila, lo que nos salvó durante buena parte del viaje, hasta que pudimos encontrar una solución alternativa. Entre el apaño casero y la tensión que le dábamos a los vientos, sobrevivimos sin mayores problemas.
Al día siguiente nos levantamos con las primeras luces, disfrutando de la vista hacia el sur. Recogimos rápido y nos dispusimos a bajar veinte minutos más hasta la bergerie de Ballone, donde desayunamos abundantemente. Desde aquí casi una hora y media de tranquilo pasear rodeando el Paglia Orba, que se eleva a siempre a nuestra derecha hasta los 2525m. Poco a poco girábamos hacia el oeste para encarar el potente desnivel de casi 600 metros, hasta los 1962 de la Bocca di Foggiale y los 1991 del Refugio Ciottulu di i Mori.
En el refugio (demasiado cercano al de Tighjettu, pero a una distancia apropiada para llegar hasta él desde Haut d'Asco saliendo temprano) nos avituallamos con una constante en la montaña corsa: sus embutidos. Eso sí, el guarda no es lo que se puede definir como un dechado de amabilidad.
A partir de este punto el camino desciende por el valle en el que el pequeño torrente va ensanchándose y dando lugar al río Golo, que forma unas preciosas pozas, sobre todo las que están cercanas al puente de madera situado junto a la Bergerie de Radule. Posible punto de final de etapa, con baño de mar dulce asegurado, pero de acuerdo con nuestras informaciones, excesivamente caro para los servicios que ofrece.
Nosotros decidimos continuar y he de reconocer que este último trozo hasta Castel de Vergio se nos hizo excesivamente pesado. El calor nos acompañaba desde primera hora de la mañana y las cerca de siete horas y media que tardamos en alcanzar el objetivo acabaron por agobiarnos.
Castel De Vergio es otra antigua estación de esquí reconvertida. Aún se ven las torres de los remontes, que afean el paisaje de este puerto de montaña. Cuanto menos han sabido adaptarse económicamente a la falta de nieve con nuevos deportes de montaña y un refugio, con zona de acampada y una pequeña tienda. También tienen un hotel para los más exquisitos.
Al llegar plantamos la tienda entre unos árboles, hicimos cena y colada, nos aseamos (buenas duchas en el refugio) y nos dispusimos a descansar el resto de la tarde con tranquilidad.
1 comentario:
Qué flipe. Enhorabuena por este peazo de viaje.
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