Llega el verano a la Península y con el verano, el calor, la playa, el tour, las siestas... y como no puede ser de otra manera: España en fiestas.
Las fiestas del verano en este país son diferentes a las del resto del año. Por supuesto que están las Fallas, la Fira i Festes de la Magdalena, el Corpus, Santa Quiteria, la Verge del Roser, las Cruces de Mayo y hasta los Pilares en Zaragoza. Pero llega el mes de agosto y España se adorna con banderines y farolillos y las notas de las verbenas resuenan en la plaza de todos los pueblos.
Este año el mes de agosto nos ha llevado a vivir las fiestas de España en Aragón. Primera parada: Alquézar. Precioso pueblo de la Sierra de Guara que celebra a San Hipólito en la segunda semana del mes de agosto y que es conocido en toda Europa gracias al descenso de sus cañones.
Acaba el espectáculo y comienza el bingo. Después de unos buenos 10 minutos sin nadie que lo cante, de repente aparece una señora desgañitándose, haciendo ver a todos que ella tiene el cartón bueno. Todo hace sospechar, pero hasta que uno no la ve toda la noche bailando junto al alcalde no se le encienden las alarmas. Y es que, oye, tal y como está el país, 300 euros son 300 euros.
¡¡¡Casi me toca!!! |
Acaba el bingo y empieza lo bueno: la disco-móvil. Los quintos del pueblo sirven unos ricos pelotazos a todos los que quieran colaborar con su causa, similar en todos los pueblos de la geografía nacional, y se baila sin parar, disfrutando de la agradable temperatura veraniega. Nosotros hasta tuvimos el placer de conocer a Raquel y su futuro esposa, a cuya boda casi acudimos.
Raquel y su futuro marido ¡Vivan los novios! |
Sin embargo, como si de un improvisto se tratara, la noche termina y después de un pequeño sueño uno se levanta presto a visitar el pueblo. Porque pueblos como estos uno no puede dejar de visitarlos. Alquézar es realmente precioso, con una arquitectura popular muy bien conservada y con una colegiata situada en un paraje sin par en el que, siguiendo las explicaciones de la guía local, uno descubre impresionantes capiteles románicos (aunque debo reconocer que no supera en su interior a la Bolea).
No os perdáis la explicación...
Nos despedimos de Alquézar y nos dirigimos a Huesca. Aquí celebran a su patrón, San Lorenzo.
No es ni la primera ni la segunda vez que voy a las fiestas de San Lorenzo, sino la tercera. Ciudad que, personalmente, fue de sentimientos encontrados, ha recuperado para mí su alegría. La calidez de sus gentes, la alegría de sus calles y el buen ambiente hicieron que reviviese las sensaciones de aquel 2003 en que, de camino a Pamplona, descubrimos las ya por entonces famosas en nuestro ideario fiestas de San Lorenzo.
Uno no puede por menos que acudir bien uniformado, con su pañuelo y su fajín verde (el resto de blanco, faltaría más). Sólo que da disfrutar de aquí para allá, porque el denominador común de las fiestas de nuestro país es que sólo se pueden vivir en la calle, cruzándose con unos y con otros, hablando con los de aquí y los forasteros...
Llegado el momento en que comienza la orquesta. La luz, al principio natural y más tarde artificial, ilumina las divertidas caras. Se empieza siempre con un buen pasodoble y se acaba con lo que la voz de los cantantes decidan y el cuerpo pueda bailar.
Aunque la música deje de sonar y uno se vaya a dormir habiendo ingerido un buen bocata de ternasco de Aragón, la fiesta continúa. Y es que la vida de un aficionado a las fiestas de este país es dura, porque para disfrutarlas en su máximo esplendor es necesario levantarse a una hora decente y recorrer las calles, disfrutar de sus gigantes y cabezudos, de sus bailes tradicionales y tomarse una caña o un tinto de verano bien frescos a la sombra de sus edificios más emblemáticos.
El próximo agosto seguiré recorriendo nuestra geografía en fiestas, toda una aventura.
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