sábado, 25 de septiembre de 2010

El Viejo Pichincha

El Cotopaxi
En el año 1802 el científico y también diplomático prusiano Alexander von Humboldt llegó a Quito. Desde la antigua ciudad inca pudo observar la vista de las imponentes cimas andinas. A su conjunto Humboldt lo denominó "la avenida de los volcanes", nombre que aún hoy perdura. El más alto de todos ellos es el Chimborazo, con 6.526 metros de altura. Pese a ello uno de los más espectaculares en su contemplación es el Cotopaxi, el volcán activo más alto del mundo con sus 5.897 metros y su cráter de 800 metros de diámetro. Quizá el hecho de que en un día claro se vea en la lejanía sobre la masa de edificaciones de Quito haga que quede en el recuerdo de todos los que han podido observarlo como un símbolo de esa avenida de los volcanes.

Mis dos meses de estancia en Ecuador habían levantado la expectativa de poder subir hasta la cumbre del Cotopaxi aprovechando un día de permiso en el trabajo y sumando así los tres necesarios para hacer la ascensión. Sin embargo la prudencia nos llevó a mi compañero J y a mí a desistir de tal empresa. El hecho de estar viviendo en Guayaquil, a nivel del mar, hizo que el periodo de aclimatación fuese demasiado precipitado para poder ascender con garantías. Así las cosas decidimos encauzar nuestras energías en subir el más modesto (si así se pueden llamar a sus 4.696 metros) Rucu Pichincha.

El Pichincha es un volcán formado por diversos picos y con un único cráter activo en la actualidad, el Guagua (niño en quechua) Pichincha. Nosotros apostamos por la ascensión al Rucu (viejo en quechua) Pichincha. A las faldas de la montaña tuvo lugar en mayo de 1822 la única batalla en el mundo con nombre de volcán y que supuso un paso definitivo en la independencia de la Gran Colombia del imperio español. Los ecuatorianos todavía la recuerdan hoy en su himno nacional.

Comenzamos la ascensión a las 9 de la mañana subiendo de los 2.800 metros a los que se halla Quito hasta casi los 4.000 metros con el TelefériQo. Desde la planicie en que éste acaba las vistas son impresionantes. Sólo eso ya merece la pena.
El TelfériQo

El volcán Cotopaxi en la distancia con Quito en primer plano



Nosotros comenzamos ahí nuestra aventura. El camino no representaría ninguna complicación si nos encontrásemos a nivel del mar, pero el hecho de estar a 4.000 metros implica que remontar las cuestas suponga un gran esfuerzo e intentar llegar a la cima del Rucu Pichincha un desafío atlético (como advierte un cartel tras dejar atrás las instalaciones del teleférico). Entre ir y volver J y yo empleamos un total de 6 horas y media. En el camino viene a la memoria la imagen de los chasquis, los antiguos mensajeros incas, que incansables recorrían estos parajes para hacer llegar los mensajes a todos los rincones del imperio a altitudes inimaginables en aquella época en Europa. Igualmente podemos observar la aparición de las Chuquiraguas, las conocidas como "flor del andinista". Únicamente crecen a partir de los 4.000 metros y las que cogemos decorarán nuestros sombreros durante largos meses.
El objetivo se divisa al fondo


Chuquiragua o flor del andinista

Siguiendo el camino


Tras el largo esfuerzo conseguimos coronar la cima y departimos un rato con unos turistas franceses que también han hollado el viejo Pichincha. Nos ha costado esfuerzo pero nos quitamos la espina de subir alguna de las cimas de la avenida de los volcanes. La bajada es más sencilla, con la pérdida de metros los esfuerzos se hacen más vigorosos y una buena comida nos permite recuperar fuerzas. La bajada a Quito, pese al decreto presidencial contra la venta de bebidas alcohólicas los domingos, nos permite hacernos con unas cervezas, un final obligado para toda salida montañera que se precie.
En la cima


Un poco de chanco para no desfallecer
Reponiendo fuerzas


La experiencia ha sido más que satisfactoria y aunque el Cotopaxi haya quedado olvidado en la distancia y ni siquiera hayamos podido subir el Guagua Pichincha, hemos sido unos afortunados al poder llegar hasta la cima del viejo. Quizá muchas veces es necesario subir lo viejo, lo menos alto, para más adelante ser capaz de dominar lo nuevo. Y es que la montaña siempre te da lecciones.

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