Lo primero que hacemos al salir de la tienda es mirar directamente al cielo. Ya hemos tenido suficiente agua para mucho tiempo con el día anterior y pernoctar esta noche en medio de la montaña sin techo bajo el que plantar la tienda, si se repite la tormenta eléctrica, puede ser peligroso, muy peligroso. Por la parte segoviana el cielo está negro como la panza de un grillo, por la madrileña un poco más despejado. SP nos arenga con su estoica llamada a la aventura perpetua. En lo que a mí respecta, pienso que es mejor no internarse en algo de lo que más tarde difícilmente podremos salir. A PPG en el fondo le da igual. Ha vivido sólo con el primer día de Trans-Guadarrama su primera gran aventura montañera (si descontamos el esguince al final de la cuerda larga). Mirándole a los ojos puedo decir que si nos vamos a casa en ese mismo instante ya casi se daría por satisfecho. Claro, eso siempre que SP se vaya también, porque ahí subsiste el continuado y enconado pique por saber quién será el primero en morder el polvo.
Prudentemente decidimos bajar al valle, hasta Lozoy (y hasta aquí puedo leer, que estas cosas las carga el diablo y las rimas son muy malas) De ahí marcharemos hasta Rascafría y si lo vemos muy mal nos cogemos el autobús y de vuelta a Madrid.
Lo primero que hay que hacer, una vez todo recogido y la basura en el contenedor más próximo, es bajar once quilómetros por la carretera. Tengo que reconocer que no me gusta nada caminar por el asfalto, pero el cambio de las botas a las zapatillas lo hace más fácil. Bajamos a ritmo rápido y sobre las 12 y media estamos en el pueblo. Entramos bien cargados y llamamos a casa desde enfrente de la iglesia para que las familias no se preocupen. Una vuelta por el pueblo, SP liga con las lugareñas (todas menores de edad, jajajajajaja) y acabamos en el bar pegándonos una buena zampada.
¡Ahora sí! Paso Canadiense |
Lozoy (a) |
Es en este punto cuando me doy cuenta de que mi cámara ha perdido su vitalidad. Ha decido abandonarnos, dirigirse hacia el cielo de las cámaras digitales y ya no funcionará más en el resto del camino. Mis compañeros no han traído consigo aparato fotográfico alguno, así que no voy a poder ilustrarles, queridos lectores, a partir de ahora, más que con fotografías extraídas de la red.
Acabamos de comer y al salir del bar vemos como el cielo se ha nublado por completo. A la salida del pueblo nos ponemos las capas de agua previendo otra chopada monumental, pero cada poco rato nos las quitamos y nos las ponemos porque no acaba de arrancar a llover. El camino sigue la orilla del embalse de la Pinilla y es bastante tranquilo. Nos pasa mucha gente con las bicicletas por un camino bien marcado y conservado y libre de vehículos a motor.
Embalse de la Pinilla |
Vamos pasando pueblos y pedanías, huertas y cementerios, iglesias y granjas y a nuestra derecha observamos con alivio la sierra. Las cumbres permanecen ocultas por un mar de nubes negras que no auguran nada bueno. Hemos tomado la decisión correcta.
Sierra tras El Paular |
El camino es sencillo por su orografía, pero la paliza del día anterior y los quilómetros acumulados nos pasan factura. A cada cual le cuesta más caminar. Por lo menos el trayecto se hace ameno contándonos las diferentes aventuras vividas durante nuestros veranos iberoamericanos en Uruguay, R. Dominicana y Ecuador respectivamente. Por fin llegamos a Rascafría, al pueblo, así que ya sólo nos quedan un par de quilómetros más hasta el albergue juvenil Los Batanes. Ahora es cuando empieza la verdadera aventura del día.
Dado que no habíamos pensado en pernoctar en el albergue no hemos reservado sitio. Llegamos con la esperanza de encontrar una cama y una ducha. Ay almas cándidas... eso no va a ser posible. Hablamos con la chica de la recepción y lamenta tener todo lleno. De hecho se queja de que gente como nosotros, con las mochilas y evidentemente jóvenes no tengamos sitio en el albergue, mientras parte del establecimiento está lleno de abuelos con nietos. Junto con ella, la señora de la limpieza y uno de los encargados tratamos de buscar alguna solución que nos permita dormir esa noche bajo techado dado que a la altura donde estamos no está permitida la acampada libre y no hay ningún camping cerca. De repente a alguien se le ocurre una solución. En el Monasterio de El Paular, justo a 400 metros, pasado el puente del Perdón y la carretera, los monjes tienen una hospedería sólo para hombres (requisito que cumplimos).
Después de pensarlo y unos buenos estiramientos (benditos estiramientos, que yo no puedo ya ni con el alma) nos echamos la mochila al hombro camino del monasterio. Ya dentro de El Paular, junto a la puerta de la iglesia, una pequeña puerta nos conduce a una habitación, una especie de tienda donde nos encontramos a dos hermanos benedictinos. Su primera mirada ya nos choca. Vale que no somos el paradigma de la pulcritud, es lo que tiene llevar 50 quilómetros deambulando por la montaña bajo rayos y centellas. Les pregunto por la hospedería y directamente me dice el primero de los hermanos que no hay sitio: ¡mentira! Permitid que sea así de brusco, pero me apuesto el dedo meñique del pie izquierdo y no lo pierdo a que la hospedería no está llena. Les contamos nuestro situación y lo único que nos dicen es que uno tiene que quedarse en la hospedería un mínimo de 3 días y que, si eso, nos busquemos un hotel por el pueblo. Nos despedimos rápidamente y salimos de allí en dirección hacia el albergue.
Mirad, no es que no tengan razón con lo de los 3 días, que es completamente cierto tal y como se puede comprobar en su página en internet. Lo que sí es verdad es que al salir me siento bastante decepcionado. No han perdido ni un minuto en ayudarnos, nos han despachado como si por allí no hubiera pasado nadie con un problema que solucionar. Siempre creí que sería diferente en un monasterio, que al viajero, aunque no se le pudiese ayudar se le trataría de otra manera. Éste, desde luego, no ha sido el caso.
Sin embargo, tenemos suerte al regresar al albergue. Entre todos buscamos una solución y nos dejan un viejo barracón abandonado donde poder pernoctar. No es un hotelazo, ni falta que nos hace. Nos dejan utilizar los baños del albergue y hasta rellenar nuestras botellas de agua, cosa que no nos han ofrecido en el monasterio. La verdad es que a esa gente les debemos una. Se lo agradecemos lo mejor que podemos y, aunque tarde y sin poder poner sus nombre porque no los recuerdo, desde este blog hago a todos partícipes de nuestra enorme gratitud. A veces el hábito no hace al monje y la caridad cristiana te la encuentras donde menos te lo esperas.
Ha sido un día movido, sobre todo la parte final. Mañana regresamos a la ruta original con la subida hasta Cotos y la llegada a Navacerrada. Es domingo y seguro que nos encontramos a mucha gente. Eso sí, por el momento los días están proporcionándonos buenas sorpresas y la experiencia juntos está siendo de lo más enriquecedora. A cerrar los ojos ya disfrutar del calor del saco. Buenas noches...
(CONTINUARÁ)
2 comentarios:
Chicken, veo que marco tendencia con lo de las rimas. Lozoya, Goya... etc.
Hola!
Gracias por leerme! A partir de ahora te leeré yo a ti.
Lo del Tossal Gros me ha hecho gracia! Jajajaja! Dormí en el Tossal Gros estas Navidades, una noche, en casa de mis tios. :)
Au! A caminar bien!
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