ETAPA 1 (Burgos- Castrillo de la Reina 77,8 km)
¿Levantarnos pronto? Bufffffff, misión imposible. Antes de la 8 parecía una utopía. Con la calma bajamos a desayunar, empaquetamos todo el equipaje en las alforjas y recuperamos nuestra bici del garaje del hotel.
Pedalada a pedalada, después de invocar la protección de Don Rodrigo, fuimos saliendo del burgo y alejándonos de la ciudad. Hubo un momento en que me giré, hice una foto a la ya lejana ciudad, entreviéndose las torres de la catedral iluminados por los rayos de sol de la mañana, y sólo pensé en la panzada de quilómetros que nos quedaban hasta ver el mar Mediterráneo.
Las primeras cuestas demostraron que los pinchos, cervezas y vinos del día anterior igual no habían sido una buena idea. En seguida nos acercamos hasta San Pedro de Cardeña, donde Don Rodrigo dejara a su mujeres y sus hijas antes de lanzarse a la aventura hacia tierras levantinas.
Continuamos rodando, disfrutando del paisaje castellano, silvando Camino a Soria y no pudimos menos que pararnos en Campolara, donde conocimos a uno de los grandes personajes de la ruta del Cid: Pablito el de Campolara. De viaje a la playa de Moncófar, a los 15 minutos de salir de Burgos, pregunto a su madre: "¿queda mucho?". Lo dicho, un grande.
Nos dirigíamos a Salas de los Infantes, en el propio río Pedroso, junto a Barbadillo del Mercado, no resistimos el bañarnos en la poza. Acabábamos de empezar y ya nos estábamos metiendo en el agua quitarnos el polvo del camino.
Comida en Barbadillo y buena siesta bajo los chopos junto al Arlanzón. Tras la parada reponedora de fuerzas y las picaduras de todos los bichos del lugar, continuamos camino hacia los árboles fósiles de Hacinas. Un buen remojón en la fuente y llegamos a Castrillo de la Reina.
La idea inicial era continuar hasta Hontoria del Pinar, pero siendo las 7 de la tarde y después de ver las posibilidades que nos ofrecía el magnifico lavadero del pueblo, junto a la fuente de agua ferroso, después de los primeros quilómetros de la ruta decidimos que lo más importante que podía pasar a partir de ese momento era tomarnos una buena cerveza. Ya sé, ya sé, no suena muy épico, pero anda que Don Rodrigo no le pegaría al vinacho locla después de una dura cabalgata. Pues nosotros tres cuartos de lo mismo.
ETAPA 2 (Castrillo de la Reina - Berlanga de Duero 102,5 km)
Sonó el despertador y aún con las legañas puestas recogimos el tenderete que teníamos montado. Con el frescor de la mañana (que se lo digan a S.P., que tenía cierta parte púdica de su cuerpo para cortar marmol) nos pegamos la primera cuesta. La primera de tantas que iba a tener el día. Pero menudas cuestas.
Llegamos, como no podía ser de otro modo, entre pinos hasta Hontoria del Pinar. Con pena por no haber pasado por Huerta del Rey, pueblo donde vivió mi familia más directa muchos años, nos resarcimos reponiendo fuerzas con los excelentes torreznos. Dios mío, eso es energía de verdad y no los polvos esos que te venden en el Decatlón.
Así, compradas las magdalenas y la barra de pan en la panadería, encaramos caminos y carreteras para dirigirnos a uno de los lugares razón de que eligiese la Ruta del Cid este verano: el cañón del río Lobos.
Simplemente espectacular, pinchazo incluido. Qué pasada estar arreglando la rueda y notar como un buitre se acerca haciendo un picado porque su nido está en la pared opuesta del cañón en el que está tú.
Y como nos quedamos sin palabras, no pudimos menos que hacer lo mismo con la comida. Ángel nos puso unas piernas de cordero espectaculares, como espectacular era el pacharán casero del postre. Eso sí, tan espectacular fue que nos tuvimos que pegar una siesta de hora y media junto al río y sus nutrias; por cierto, también espectaculares.
A partir de ahí unos cuantos quilómetros cansinos hasta llegar al Burgo de Osma. A la sombra de su catedral auténtica, y con el recuerdo de uno de sus más ilustres hijos, Jesús Gil y Gil, recorrimos el mercadillo tardomedieval-romano. Lo que escucháis y leéis. Yo hubiera dicho romano por la vestimenta del personal, pero los puestos eran claramente medievales. Un lío.
Decidimos continuar nuestro día dirigiéndonos a Gormaz. Después de un segundo y último pinchazo del día y de toda la Ruta, que hábilmente reparamos, subimos hasta el pueblo. Menudo contraste. Lo declaramos el pueblo más feo de la ruta con la fortaleza más espectacular de toda Europa. A partir de ahí los quilómetros más duros del día. Bajada empinada al río y luego páramos castellanos junto a la ribera hasta alcanzar Aguilera. Aguilera famosa por tener la cuesta más dura después de 100 quilómetros de toda la provincia de Soria. Sufrimos como perrillos búlgaros para llegar arriba y de bajar no me acuerdo mucho porque no podía ni con el alma.
La llegada a la plaza de Berlanga fue apoteósica. No había estado tan cansado desde hacía siglos. Menos mal que el hostal nos esperaba. Abandonamos la idea de la tienda y decidimos que nada como una ducha en condiciones y una cena apropiada para recuperar fuerzas para el día siguiente. Sólo nos quedaba la alegría de saber que menor era la distancia que nos separaba del Mare Nostrum.
ETAPA 3 (Berlanga de Duero - Luzón 89,3 km)
Después del conocido ataque del tío del mazo del día anterior, apostábamos por un día más tranquilo, aunque cargadito de dolor de piernas.
Salimos de Berlanga con el frescor matutino y después de un plácido rodaje para calentar hasta Bordecórex -curioso nombre- vino la cuesta. Mientras en el fondo del valle recogían la mies sembrada meses antes, nosotros dábamos pedales para tratar de salvar el tremendo desnivel que nos llevaría a la llanura mesetaria. El esfuerzo lo sobrellevamos principalmente gracias a las magdalenas y a la fuente de Barahona.
A partir de Barahona nos esperaban quilómetros y quilómetros de asfalto, insustituibles para nuestra desgracia, hasta llegar a Medinaceli, siesta mediante bajo el sauce hospitalario de Yelo. La subida al castro de Medinaceli acabó de convencernos de la absoluta y perentoria necesidad de rellenar nuestros estómagos con un buen plato de pasta y de dormir una buena siesta bajo los árboles de la plaza principal del burgo. El caso es que así lo hicimos, sin más, pero también sin menos.
La bajada de Medinaceli hasta el barrio de la estación no era más que un pequeño placebo, pues la cuesta del otro lado de la carretera nacional era la buena. Esa sí era la cuesta, la auténtica, la inimitable, la primera, aunque no la última, que haría que pusiéramos pie a tierra para empujar nuestras cabalgaduras hasta la cimera lejanía.
A partir de ahí un poco más de pequeñas carreteras comarcales que nos llevaría del frescor de Arbujuelo a los tres caños de Layna que marcan el final poblacional de la comúnmente considerada despoblada Soria. Pese a ello Jaime Urrutia y sus compañeros seguían sonando en nuestro oídos.
Continuamos pedaleando siguiente a pies juntillas aquello de que, "lo que pedalees hoy no lo pedalearás mañana", o algo. Cambiamos de provincia, entramos en Guadalajara donde nos esperaba otros de los grandes hitos de la ruta; uno de esos grandes desconocidos de este país y que sorprende a todo aquel que lo visita: el alto Tajo.
Sin embargo, antes de dirigir las ruedas delanteras de nuestras bicis hacia tan hermosos parajes, hicimos parada y fondo en Luzón, isleño nombre de allende los mares para tan divertida población, curiosamente formada bajo la tutela escolapia y llena de juventud. Tan, tan llena de juventud que nos obligó a separarnos del núcleo habitado y, una vez pasado el camposando, junto a la patronal ermita, a plantar la tienda de campaña. Cuanto menos pudimos despertarnos (y ducharnos) con la especial visión, en este caso sin llegar a ser postrera, de los girasoles tornados hacia el astro padre: Lorenzo.
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