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Fuente: http://web.educastur.princast.es/proyectos/grupotecne/asp1/investigacion/vermensajebbb.asp?idmensaje=3819 |
Pertenezco a esa extraña minoría (no la silenciosa de nuestro amigo Arrabal) que decidió, llegado el momento, estudiar letras puras. Sí, sí, estudié griego y latín y todas esas lenguas muertas que "no sirven para nada". Nunca entendí el para mí complejo mundo de las matemáticas. Si les hubiera cogido el gusto quizá hoy sería ingeniero agrícola o de montes y no lo que soy.
Recuerdo aquel año de COU con el único libro que teníamos de tapas duras y que todavía conservo, el de Historia del Arte. La mente se perdía entre el resultado de la imaginación de nuestros antepasados explicado por aquella profesora suplente que se llamaba Marta. Desde la Grecia más clásica pasando por la imperial Roma, el presunto obscurantismo medieval, el arbotántico gótico, el renacimiento clasicista, el barroco rococó o las vanguardias deconstrutivas más cubistas...
Últimamente he estado en contacto con uno de esos caminos del arte, autopista de la expresión de lo más profundo de lo que el ser humano guarda en su interior. Queda ya muy lejano en el tiempo el momento en que lo fue, pero volviendo a él, llegado a un pequeño pueblo de la provincia de Palencia, recordé las clases de Historia del arte, el libro de tapas duras, mis otros ocho compañeros de clase -locos de las letras puras-, los arcos de medio punto, los contrafuertes, el ajedrezado jaqués, el pantocrátor, la almendra central del tímpano o el parteluz.
Todo ello lo podemos observar en San Martín de Frómista. Simplemente espectacular...