lunes, 7 de mayo de 2012

EL ALMA PERDIDA DE LA CIUDAD


No hay duda de que, pese a venir en parte de una familia de agricultores, el medio urbano es el que me corresponde por naturaleza. Hay veces que trato de escapar, pero no son más que ilusiones ocasionales y transitorias que terminan tan fugazmente como habían empezado.

Esta realidad, de la que resulta imposible huir, hace que me interese por el entorno en el que ya vivimos más del 50% de la población mundial. De ahí nace mi interés por el transporte público urbano o el convencimiento de que la bicicleta es la mejor manera de desplazarse en este microcosmos tan particular.

Hace algún tiempo que conocí de la existencia del libro que a continuación os presento. No fue hasta hace escasas semanas que me hice con un ejemplar. No son más de 280 páginas, muy entretenidas y con maravillosos ejemplos que te permiten seguir el hilo argumentado del pensamiento del autor. Os lo recomiendo vivamente.




Hay una exposición de ideas que me ha llamado enormemente la atención. Se basa en la concepción animista de la ciudad, o más bien en la problemática de "la ciudad sin alma". Durante los últimos años, paseándome por mi país, he llegado a dudar, al abrir los ojos en medio de alguno de los ensanches o desarrollos urbanísticos edificados entre los 60 y los 90, en qué ciudad me encontraba. Parecen todos sacados del mismo manual, con pocas diferencias, como si no tuviesen alma, peor, como si careciesen de personalidad propia.

A esta observación tan personal se contrapone la idea del profesor Chueca: "la ciudad no consiste en ser estructura, ni en ser alma colectiva; consiste en otra cosa, cuyo ser es histórico". Un poco más adelante, para esclarecer la idea en mayor medida, nos ofrece la siguiente frase: "lo que artísticamente puede resultar mudo, históricamente será, acaso, elocuentísimo". Así que, aunque no lo parezca, estos barrios similares, que en poco se diferencian unos de otros, tienen una historia que ofrecernos, un ser íntimo que dejará ver a futuras generaciones parte del por qué de nuestra existencia.

Eso sí, estoy convencido de que, en cualquier caso, la estética cuenta y en medio de esas ciudades que escasamente transmiten pasión a quienes la visitan, uno tiene la posibilidad de sorprenderse muy gratamente encontrándose maravillosas perlas en medio de la inmensidad del océano.







No quiero acabar sin reproducir la reflexión de Julián Marías (de muy querido recuerdo por otras razones, obras y argumentos) que recoge Fernando Chueca en su libro:

Normalmente el individuo vive en una ciudad que no han hecho sus coetáneos, sinos sus antepasados; es cierto que la transforma y la modifica, sobre todo la usa a su manera, descubriendo en ello su vocación peculiar; pero por lo pronto es una realidad, recibida, heredada, histórica. Es decir, ni más ni menos que la sociedad misma. Por eso es difícil de entender; por eso es profunda, radicalmente reveladora.

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