martes, 27 de septiembre de 2011

TMB (I)

Durante los años de oposición hice unos cuantos planes y alguno relacionado con una de mis más grandes aficiones: la montaña. La idea era subir el Mont Blanc.



Por supuesto, una vez dejas la vida de monje de clausura con dedicación exclusiva al estudio te das cuenta que muchos de los planes soñados nunca se convertirán en realidad. Como me decía una de mis preparadoras: "ahora veis la incertidumbre como el gran y único problema de vuestras vidas, y lo es. Pero el día que aprobéis veréis como van surgiendo nuevos y distintos problemas y os tocará afrontarlos desde vuestra nueva perspectiva". Pues eso, que cambia la perspectiva y desde la nueva a veces no es fácil hacer todo lo que uno quiere.

En cualquier caso, este verano hubo conjunción de astros y junto con unos cuantos amigos decidimos irnos al macizo del Mont Blanc. Junto con JR y LP comenzamos a movilizar a la huestes, estudiamos itinerarios en internet, llamamos en búsqueda de alojamientos varios y nos compramos los mapas del IGN Francés. Todo iba viento en popa, aunque hubo quien se bajó del carro por el camino y al final no pudimos disfrutar de su compañía -¡otra vez será!-.

El mes elegido fue julio y aunque tuve que llegar un día más tarde debido a una boda familiar (perdiéndome el primer día de caminata), por fin me subí al avión con rumbo a Ginebra. De allí a Argentière y Le Tour y mientras mis compañeros se acercaban después de sus primeros quilómetros, yo me sentaba a leer junto a las extrañas macetas.

Despedida de las montañas caseras

Objetivo final

Peculiar macetero

Día de reencuentros, intercambio de noticias e impresiones y de alegría. Cenamos abundantemente y nos fuimos a la cama porque al día siguiente nos esperaba una etapa bien dura. Una auténtica aclimatación en altura para el Mont Blanc.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

SE ME FUE POR EL CAMINO


Ahora que por fin, corto informáticamente hablando como soy, he conseguido volver a conectar el escáner de la impresora al ordenador (imprimir sí podía) gracias al amor fraterno, puedo comenzar con una idea que tenía hace tiempo metida en la cabeza. Tal idea consiste simplemente en ir publicando alguna reseña, por corta que sea, de algunos de los libros que voy leyendo.

El caso es que no hace mucho que estuve por Bruselas y aprovechando el viaje relámpago compré unos cuantos libros en un bouquiniste de segunda mano. Entre ellos me hice con éste, de Jorge Semprún. Mi antigua profesora de francés me había hablado de él como una de las personas que mejor escribía en francés y desde entonces, ya hace algún tiempo, había querido leer alguno de sus libros.

Desde luego que se trata de un personaje interesante en sí mismo, como podéis comprobar aquí. El caso es que únicamente encontré este libro y ni me lo pensé. Probablemente hubiera sido mucho mejor hacerme con "El largo viaje", pero en las tiendas de segunda mano el abanico de elección es mucho más reducido.

El caso es que mientras me estaba leyendo el libro, va y se me muere el autor, como bien refleja el mejor lugar para leer obituarios y esquelas de España (aquí). No me había pasado nunca, os lo prometo, que se me muriera el autor mientras leía uno de sus libros. Debo reconocer que no me estaba gustando nada como contaba la historia (que no su dominio del idioma, como bien pronosticó mi profesora). Total, que decidí que no podía dejar de acabar el libro hasta la última página en homenaje póstumo a señor Semprún.

La verdad sea dicha, suelo ser cabezón y trato de terminar todos los libros que empiezo, pero en este caso se trató de una auto-promesa un tanto especial. El resultado es que el libro tampoco me gustó después de leído, me decepcionó quizá por las altas expectativas que tenía, pero lo que dudo que me vuelva a pasar en una larga temporada es que se me muera el autor que sea mientras me leo uno de sus libros. Así seguro que no me olvidaré de Jorge Semprún y su infancia desarraigada.

lunes, 12 de septiembre de 2011

EL RELÁMPAGO URBANO

Quien haya leído este blog sabrá que dedico parte de mis pensamientos a la movilidad urbana. El urbanismo me parece apasionante: el modo de organizar el lugar donde vivimos, básicamente en las ciudades, y la manera de moverse en este marasmo. Este pensamiento es mucho más repetitivo desde que vivo en una gran ciudad.

En estas ciudades es imposible y contraproducente moverse en coche, sobre todo en lo que al centro se refiere. En Madrid, donde vivo, el transporte público es una maravilla: trenes de cercanías, autobuses, metro, tranvía (o metro ligero, como aquí se llama), aunque en algunas ocasiones pequeñas distancias se convierten en auténticas pérdidas diarias de tiempo.

Desde siempre me han llamado la atención las motos, pero nunca he tenido una. Es una ventaja poder aparcar allí donde tienes intención de ir y moverte igual de rápido que un coche. Sin embargo no se deja de contaminar (un grave problema de nuestras ciudades) y las últimas noticias y campañas de la DGT sobre los accidentes de los conductores de motocicletas hace que uno se piense pero que muy bien el utilizar una.

La que siempre he considerado como el mejor transporte urbano posible es: la bicicleta. Durante mi etapa universitaria solía moverme por la ciudad de este modo -y no era el único-. Sin embargo, la ciudad en la que vivo actualmente está llena de cuestas y conseguir no llegar sudado al lugar de destino no es tarea menor. 

Dándole vueltas en la cabeza he llegado a la conclusión que nada es mejor en Madrid que utilizar una bicicleta eléctrica. Pero hasta el momento no había podido probar ninguna. Y digo por el momento porque hace poco, en pleno mes de agosto, mi colega J. me dejó la suya mientras se iba de vacaciones con la familia.

Os preguntaréis seguro por el resultado. Sólo puedo definirlo de una manera: ¡fantástico! La probé yendo a trabajar desde casa en traje y corbata y trasladándome desde mi oficina hasta la central de mi trabajo. Diariamente tardo unos 25 minutos en llegar al trabajo entre andar y coger el metro. Con la bici fueron 10 minutos rapidísimos y sin sudar ni una gota (objetivo harto improbable en el metro durante el verano). Para el segundo trayecto, que en coche supone unos 20 minutos, únicamente necesité 18 minutos a las tres de la tarde y con unas cuestas bastante empinadas de por medio. La asistencia al pedaleo permite subir como si se estuviese pedaleando en el llano.



Ahora sólo hace falta reflexionar sobre el tema, porque, muy probablemente, el principal inconveniente de este tipo de bicicletas es el precio que cuestan. Pronto decidiré al respecto, pero desde luego que pase lo que pase me sigue pareciendo el método de transporte ideal para este tipo de ciudades. Con ellas seguramente se acabarían los problemas de contaminación y circulación que nos rodean.