lunes, 20 de diciembre de 2010

Trans-Guadarrama (II) -le grand déluge-

La lluvia ha dejado de golpear con insistencia la tela de la tienda y para ser nuestro primer día de caminata se está haciendo demasiado tarde. Trato de despertar con alegría a mis compañeros de viaje, pero la noche ha sido de lo más movidita. El panorama es desolador. La Festitent con un charco enorme en la mitad de la lona; la desmontamos, la sacudimos y la dejamos bajo los primeros rayos de sol, tenues, para ver si conseguimos que se seque lo máximo posible. Desmontamos la otra tienda y nos bajamos a desayunar al bar. Un poco de energía para nuestra primera etapa. Visita rápida a la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, donde se conmemora una batalla de guerra de independencia, y a recoger el resto de trastos.
El "charquito"

Nuestra Señora de la Soledad con la mochila en la puerta


Comenzamos a andar realmente tarde y la visión de la niebla subiendo desde el valle nos preocupa. Los primeros pasos se hacen pesados. La mochila está llena hasta los topes y ya para entonces empezamos a pensar en abandonar la Festitent debajo de cualquier árbol. Pronto ascendemos 200 metros para situarnos en los 1.600 m. El hecho de que esté nublado nos permite andar con mayor ligereza pero, aunque la niebla nos ha abandonado, sigue estando presente un poco más abajo, en el madrileño valle del Lozoya.




El camino nos lleva, primero por un frondoso bosque y posteriormente entre subidas y bajadas, por la linde entre las provincias de Madrid y Segovia. Nos paramos un par de veces para recuperar fuerzas y pasamos junto a Colgadizos, ya a 1833m. Es una apacible mañana, un tanto gris, pero la conversación nos hace ameno el camino. Cambiamos pronto de PR, del 34 al 33 y tras las revueltas para subir hasta la peña Berrocosa (que nosotros tomamos en línea recta) descendemos cautelosamente hacia el Puerto de Linera. La visión del valle del Lozoya es preciosa, con las nubes descargando lluvia por debajo nuestro. Una estampa espectacular.



Valle del Lozoya cubierto por la lluvia


Sin embargo el problema se acerca a nosotros paulatinamente. Toca ascender hasta los 2100 metros del Reajo Alto, pero las primeras gotas de la lluvia que hemos conseguido esquivar hasta ese momento comienzan a caer sobre nosotros. Nos refugiamos tras las paredes de un antiguo corral de ganado para recuperar algo de fuerzas, SP tiene hambre, como no puede ser de otra manera (a cada cual su don). Retomamos el camino, sigue lloviendo y el viento se torna más molesto a cada paso. Poco a poco el cielo se va ennegreciendo y comenzamos a oir, a lo lejos, los primeros truenos. En el valle llueve con intensidad, pero a nosotros todavía no nos ha alcanzado la peor parte.

De repente el cielo se encapota, todo se oscurece, contamos los segundos entre rayos y truenos y cada vez son menos. Comienza a llover con fuerza y nos ponemos nuestras capas de agua. Todavía nos queda bastante camino y aunque vamos descendiendo líneas de nivel en el mapa dentro del cómputo global, nos enfrentamos a continuas subidas y bajadas.

En la montaña nunca hay que perder la calma. Siempre hay alguna solución. Alguna vez, con mi amigo Javi, me he perdido relativamente (siempre sabíamos más o menos donde estábamos), nos hemos encontrado con caminos que no eran, lluvia, nieve y heladas, 11 grados bajo cero en un refugio sin calefacción... pero siempre hay alguna manera de salir. Sin embargo, lo que realmente me da un miedo atroz son las tormentas eléctricas y en ese momento nosotros estábamos justo debajo de una de ellas. No tenemos más opciones que, o seguir caminando lo más rápido que pudiéramos, o aplicar alguna de las técnicas de montaña cuando hay tormenta eléctrica que, dado la hora que era y los más de 10 quilómetros que nos quedaban por andar junto con la lluvia arreciando con fuerza, nos conduce a un problema mucho más gordo.

En un momento y sin que se oiga una sola palabra, todos empezamos a andar más rápido. Se ha puesto a diluviar con fuerza minutos antes, pero a ninguno nos importaba ya esa nimiedad. Sólo pensamos que después de tantos años de esfuerzos y estudio ninguno de los tres vamos a poder recoger nuestros diplomas por culpa de un rayo traicionero. Además, como no somos suficientemente masoquistas, a alguno todavía se le ocurre recordar de viva voz los porcentajes de muertos por rayos en nuestro país a lo largo de un año o a preguntar que si un rayo cae a quién prefiere, a un pino o a un senderista. Nunca he visto a nadie andar tan rápido con mochilas de 50 litros como lo hacemos nosotros. Son momentos de angustia y miedo y yo sólo pienso en lanzar el bastón lo más lejos posible para que no actúe de pararrayos.

Nuestro esfuerzo ve su recompensa cuando comenzamos a notar que la tormenta se aleja, pero es sólo un espejismo. En realidad nos persigue. Después de un descenso del ritmo nos tenemos que poner a andar de nuevo a paso ligero. El diluvio universal no ceja en su empeño de caer sobre nuestras cabezas... ¿no serían verdad los miedos del jefe de la aldea de los irreductibles galos?

Llegado un momento la tormenta eléctrica, tal y como había llegado hasta nosotros, se va. Eso sí, el agua se queda haciéndonos compañía. Todavía nos quedan algunos quilómetros para llegar a nuestro destino. Las capas de agua de alguno de nosotros ya no aguanta más y las botas de algún otro parecen una balsa de desagüe más que cualquier otra cosa. El cansancio es patente. No sólo la dureza del camino nos ha sorprendido en la primera etapa, sino que además la tensión de la tormenta ha acabado con nuestra paciencia. Collado tras collado parece que llegamos a nuestro objetivo, pero el destino final se resiste. Llegadas las 7 de la tarde, comenzando a oscurecer, nos damos un collado de margen para tomar alguna decisión, pero al final de la cuesta, tras descender por el sendero de nuevo a 1774 m, encontramos la carretera de Lozoya a Navafría y en una de sus márgenes el refugio de la sociedad de esquí nórdico.

Qué gran alivio llegar hasta allí 35 quilómetros más tarde. Mientras SP y yo buscamos la fuente cercana para hacernos con agua, PPG trata de entrar en calor y deshacerse de la tiritona que le asedia. Rellenadas las botellas, con ropa limpia y caliente (y yo una ducha previa que no se la salta ni un gitano por mucho frío que haga... comiéndoles la moral a mis compañeros, todo sea dicho de paso), montamos la tienda en el porche del refugio -que está cerrado y a cuyo interior resulta imposible acceder-. Con el hornillo nos preparamos la cena y debatimos sobre qué hacer al día siguiente. Las previsiones no son muy buenas y sólo llevamos un día caminando. Al final nos metemos en el saco sin decidir nada. La mañana siguiente nos dará seguro por sí misma la respuesta. Ahora toca descansar de un día muy largo y de nuestro diluvio particular.


La tienda montada dentro del porche del refugio

Preparando la cena



... (CONTINUARÁ)

martes, 14 de diciembre de 2010

Trans-Guadarrama (I)

Esta historia comenzó a forjarse durante el pasado verano. En los momentos muertos del trabajo y durante las aburridas tardes prematuramente oscuras y solitarias de la mitad del mundo, a muchos quilómetros del hogar, a cualquiera comenzarían a ocurrírsele planes diversos y emocionantes que hacer realidad tras la vuelta a casa.

Quien haya seguido las entradas publicadas hasta ahora se habrá dado cuenta de que una de mis aficiones es la montaña, sería absurdo negarlo. Hay mucha gente que siente la poderosa atracción que las montañas ejercen sobre el ser humano. Hay quien escala, hay quien asciende hasta los picos más altos del planeta, hay quien las baja sobre una o un par de tablas, una bicicleta o un parapente y hay quienes, como yo, nos conformamos con calzarnos las botas y patear caminos y senderos sin descanso. De entre todos éstos hay una pequeña porción que cuenta sus aventuras en la red (maravilloso cruce de caminos, crisol de experiencias).

La conjunción de ambos factores descritos con anterioridad llevó a que, inspirarándome en la idea de unos montañeros madrileños, le propusiese a mi amigo SP, en la otra punta de Iberoamérica (o América Latina, no hace falta ser más papista que el papa), la realización de tan magna empresa. ¿La idea? recorrer la sierra de Guadarrama de noreste a suroeste, siguiendo su perfil montañoso, desde el puerto de Guadarrama hasta el mismo monasterio de El Escorial.

Durante un mes aproximadamente le sacamos punta al concepto -o conceto, como diría alguno- y poco a poco fuimos perfilando cuál sería la vía de ataque. Alrededor de 130 quilómetros en cuatro o cinco días de mochila y tienda a cuestas. Durante las semanas de preparación se unió PPG a la expedición y el día indicado partimos los tres intrépidos senderistas hacia desconocidas aventuras.

Desde Madrid, gracias a mi hermano, que nos llevó en coche, llegamos al puerto de Somosierra, previo avituallamiento en una gran superficie comercial para todos los días de marcha. Lo primero que hicimos al llegar fue buscar un lugar donde plantar la tienda a resguardo de miradas incómodas para poder descansar tranquilamente. Identificado el sitio nos acercamos al bar del puerto y con unas cervezas brindamos por el éxito de la Trans-Guadarrama. Tras la cena sacamos todos los bártulos del maletero del coche, despedimos a mi hermano y nos pusimos manos a la obra con los frontales encendidos. 

Dos tiendas, tres personas y las respectivas mochilas. Nos dividimos en dos: SP y yo por un lado y PPG y las mochilas por el otro. No hacía mucho frío, pero a las 3 de la mañana se oyeron las primeras gotas de lluvia. A las 4 de la mañana alcanzamos a escuchar desde nuestra tienda la voz de auxilio de nuestro compañero. La pobre tienda de verano en la que dormía comenzaba a inundarse. En medio de la tormenta consiguió pasarse a la nuestra y así, apretados hasta los límites de nuestro propio cobijo, intentamos planchar la oreja hasta las 8 de la mañana, momento en que dejó de llover.

La aventura empezaba con eso, con una aventura y con una tienda inservible que íbamos a tener que llevar a cuestas hasta El Escorial. Comenzaba a forjarse la leyenda de la Festitent, una maldición que nos perseguiría 5 días....



(CONTINUARÁ)

miércoles, 8 de diciembre de 2010

EL INFIERNO SUECO

Por fin estoy de vuelta tras el apagón internaútico...
Fuente: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhoi6PwC1sl-D9YWIwhohk1k73ZiXEo_I6UF4qxRIjZIdN7ZuTasXu5ygDUpnm0Pp3FcrS5vxA13l2PtjLKZKzyXePbb4QP4MAbf93_u9QpEdZN24wF_5ThVFm4SBs9MBgDSTUwH-mBeCT_/s1600/Mario+Vargas+LLosa.jpg
Esta semana uno de los grandes escritores en lengua castellana, Mario Vargas Llosa, está en Estocolmo. Hace menos de un mes recibía la noticia de que, tras años de encontrar su nombre en las quinielas de posibles ganadores del Premio Nobel, por fin la Academia Sueca decidía otorgárselo. Es una noticia de gran transcendencia para la literatura en lengua castellana y que nuestro país celebra con gran entusiasmo, o por lo menos así se podía ver a Carmen Caffarel, directora del Instituto Cervantes, mientras se abalanzaba sobre el escritor a la entrada de la sede del Instituto en la capital sueca esta misma tarde.

El caso es que yo también he estado muy cerca de Suecia este último mes, aunque seguro que no ha sido porque nadie haya pensado en mí para el Nobel de literatura. Lo mío más tiene que ver con las albóndigas. Y es que los suecos también han sabido crear un modelo de negocio que ha llegado a todo el mundo entre tiendas (y no sólo en los países occidentales) y puntos de fabricación. ¿Quién no conoce en su comunidad de vecinos a alguien que ha decidido unilateralmente declarar su propia República al más puro estilo cantonalista y decimonónico español?

Como dije en mi anterior entrada, tocaba mudanza. Y no creáis que la mudanza acaba con hacer y deshacer cajas. Luego viene la parte más interesante: el momento en que, tras tres días de deshacer cajas (no todas, porque alguna siempre va quedando, aunque pasen tres meses o incluso un año, quizá más), te das cuenta que tantas cosas como creías tener no ocupan ni 1/4 de la casa y que te quedan casi todo por amueblar. Una especie de estrés, ansiedad existencial y duda transcendental envuelve todo tu ser. Es el momento en que empiezas a ojear/leer con ansia todas las revistas de decoración, muebles y grandes y pequeños electrodomésticos que van cayendo en tus manos o te regalan al comprar el periódico -creo que ayuda que andemos cerca de las navidades-.

En las grandes ciudades de nuestro país (y en alguna pequeña o mediana), las tiendas suecas logran salvar tan curiosa circunstancia. Una amiga me preguntaba hace unas semanas que qué tal iba todo con mis visitas al "infierno sueco". Y es que no le falta razón. Te estudias detenidamente su catálogo (en mi caso sacado a hurtadíllas del buzón de un miembro de una comunidad de vecinos cualquiera de la ciudad) y tratas de hacer cábalas sobre cómo amueblar y decorar de la mejor manera posible tu casa sin que se desmorone la economía familiar. Los números dejan pocas dudas. Lo que está claro es el resultado; después de pasarte horas y más horas en el lugar en concreto y unas cuantas más en casa montando y quitándole el polvo al martillo, los destornilladores y las llaves allen de la caja de herramientas, te das cuenta que tu salón tiene más bien las hechuras de una exposición más de la tienda sueca en cuestión.

Eso sí, ya me decía un amigo este verano que la tienda sueca había conseguido que despareciesen en cierta manera las clases sociales, en nuestro país y en tantos otros. No le falta razón. Da igual que uno sea estudiante, trabajador, o que las diferencias salariales sean abultadas, pero entras hoy en una casa y los muebles y sus calidades ya no son siempre un signo distintivo de la estratificación social... alucinante.

Seguro que sigo volviendo a la tienda sueca o a tantas otras de signo similar que proliferan en las calles, centros comerciales y polígonos de nuestras ciudades en las próximas semanas y meses. Eso sí, por el momento puedo reconocer con orgullo que todavía no he caído en la tentación de probar las albóndigas.

Fuente: http://www.national-furniture.org/ikea/images/1-420x420.jpg