sábado, 29 de enero de 2011

Las plumas de Ícaro


Por esta vez vamos a dejar la montaña de lado. Tal vez escribir sobre este tema suponga rayar en el localismo más burdo, no lo niego, pero al final uno es de donde es y, en cualquier caso, se trata de un fenómeno que se repite en muchos otros lugares. Hoy voy a hablar, como ya lo he hecho en alguna ocasión, de movilidad. Escribía hace algunos meses sobre movilidad urbana, del uso de la bicicleta en las ciudades o de ideas como la de ofrecer tu coche para compartir el sitio libre a través de la red. En esta ocasión lo haré desde otra perspectiva

Me he pasado parte del fin de semana montado en avión, lo que me ha llevado a reflexionar, o mejor dicho, a volver a reflexionar sobre las instalaciones aeroportuarias. Parece que están últimamente muy de moda en España gracias a los controladores aéreos y a sus huelgas incontroladas. Pero no, yo no voy a hablar de ello. Yo sólo quiero escribir sobre los aeropuertos en sí.


Con la adhesión de España a las entonces Comunidades Europeas, que se hizo efectiva el 1 de enero de 1986, llegó a llegar a España como un flujo de millones y más millones de los ecus de entonces provenientes de los fondos europeos. A partir de ese instante se comenzaron a construir nuevas autopistas y grandes carreteras. Nuestra concepción de los viajes de una parte a la otra del país cambió por completo. Los puntos geográficos se aproximaron temporalmente entre sí por carretera como nunca antes lo podíamos haber imaginado. Todavía guardo el inefable recuerdo de los viajes con interminables filas indias de coches (caravana, como lo llamábamos entonces) por las antiguas nacionales entre Segovia, donde vivía, y Castellón, donde vivían mis abuelos.


El pais evolucionó muy rápidamente y cambió nuestra sociedad y su manera de ver el futuro. Otro de los aspectos que cambió fue el de la educación superior. Las nuevas universidades aparecían como champiñones; cada capital de provincia tenía tener su propio centro universitario, con las ventajas e inconvenientes que ello supone. Sin embargo, ha habido otro tipo de infraestructura que creció también exponencialmente en número. 

Leía lo siguiente hace poco en internet:

Ya veis, surgen aeropuertos por todos lados. Como con las universidades, las provincias y sus capitales respectivas quieren tener ahora un aeropuerto, que es lo que está de moda, como el tractor amarillo. En mi provincia de origen decidieron ya hace años construir uno. Justo en los meses que corren las obras están a punto de finalizarse. La pista era visible estas navidades ya desde las estribaciones del Peñagolosa.


El caso es que lo que me llama poderosamente la atención es la reflexión que lleva a la construcción del aeropuerto. No digo que no sea una infraestructura necesaria hablando stricto sensu. Sin embargo ¿es necesaria en Castellón? Hay que recordar que a unos 80 quilómetros al sur encontramos el aeropuerto de Valencia y unas dos horas al norte está el aeropuerto de Reus y poco más allá el de Barcelona. ¿Por qué necesita Castellón un aeropuerto? ¿para qué va a utilizarse? He oído y leído muchas veces como pretexto la promoción turística. Bien, vale, de acuerdo, pero... no veo yo que haya una inversión en infraestructura hotelera más allá del esperpento de Marina D'Or. ¿Hace falta un aeropuerto para "eso"? No lo creo. Quizá antes de construir el aeropuerto habría que reflexionar en mayor profundidad sobre qué tipo de turismo queremos y cómo queremos promocionarlo y, luego, tal vez, llegar a la conclusión de si se necesita o no un aeropuerto.

Desde luego que no se crea el aeropuerto para el transporte de mercancías porque el producto principal de la industria de la región, el azulejo, es demasiado pesado para transportarlo por aire. Tampoco está la ciudad cerca de otra como Madrid o Barcelona como le pasaría, por ejemplo, a Gerona o a Valladolid. Sí, bueno, Valencia es grande, pero ya existe un aeropuerto donde vuelan compañías de bajo coste y las comunicaciones entre CS y Valencia tampoco son las mejores.

Mi preocupación es saber si alguna vez se piensa en una marco amplio y largo-placista (mas allá de una o varias legislaturas) cuando se proyecta en la edificación de infraestructuras de este tipo. Quizá el desarrollo del tren, en todas sus variantes y tanto de pasajeros como de carga, la mejora de los puertos de mercancías y la ejecución de un plan de turismo racional y sostenible daría mejores resultados y produciría un mayor retorno en los habitantes de la región. Todo ello bien estructurado posiblemente contenga unas externalidades mayores que las que produciría, desde mi punto de vista, hipotéticamente el aeropuerto.

Estas palabras son sólo eso, reflexiones al vuelo de una semana marcada por las alturas. Lo que sí da vértigo es que al final, con todo el dinero invertido, ocurra con esta situación como con Ícaro y la cera de entre las plumas se derrita al acercarse al sol, precipitándose el protagonista al mar desde las más lejanas alturas. En Ciudad Real ya saben algo del tema.

jueves, 20 de enero de 2011

Bibioj

Segundo día de la salida navideña a la montaña. El destino está claro:


¿Que no conocéis Bibioj? ¿Cómo? No puede ser, no me lo creo. Bibioj es un lugar peculiar, impactante, misterioso... todo un descubrimiento.

Pero pronto llegaremos a Bibioj, antes hay parte del día que contar. JR y yo nos levantamos en la masía Les Pedroses no demasiado pronto y luego de desayunar y recoger estudiamos el mapa del camino que íbamos a seguir. Cerramos bien la casa y con el coche nos dirigimos hacia nuestro lugar de inicio. El caso es que mientras nos preparábamos en la casa JR pudo comprobar como el calcetín le había producido dos enormes rozaduras por encima del talón, donde todavía la bota cubre el tobillo. Nada como remedios caseros para tratar de aliviar el dolor.



Después de un rato de carretera y de pista aparcamos el coche en el margen del camino y cogimos la pista que se dirige hacia la antigua mina de yeso. El paisaje era vistoso y se distinguían qué lugares se quemaron hace menos de 20 años y cuáles no. Descendimos el camino hasta el río poco a poco, pero a JR le seguían molestando las heridas. La luna, pese a lo avanzado de la mañana, todavía es visible en el cielo.




Sin embargo nada más llegar abajo nos dimos cuenta de que iba a ser imposible acabar la jornada, por lo menos a pie. Subiendo las cuestas JR ve las estrellas (la luna ya la habíamos visto), así que tras un breve intercambio de impresiones decidimos no forzar la situación, darnos una vuelta por la mina de yeso y cambiar de planes.

La mina de yeso resultaba bastante peculiar. El interior de la antigua mina a cielo abierto parecía transportarte a un paisaje marciano, cambiando el rojo por el blanco, claro está. Pudimos ver un horno y los restos de la casa que estaba junto a la mina. Subimos un poco por el antiguo camino que ascendía junto a la derecha de la mina, pero dadas las circunstancias volvimos a cruzar el río y dimos Bibioj por esta vía por perdido.



La subida de nuevo hacia el coche fue lenta, pero disfrutando de los enormes pinos y vistas mientras hablábamos de la deforestación de estas tierras hasta el éxodo rural de los 50 y 60 del siglo pasado y recogíamos alguna muestra de hierro y demás minerales. Una vez arriba del todo y después de investigar un pequeño grupos de masías abandonadas nos dirigimos a Villahermosa del Río, que como dice el saber popular ni es villa, ni es hermosa ni tiene río (aunque no todo sea cierto).



Después de visitar el pueblo y de una paradita gastronómica, como no podía ser menos, volvimos a liarnos la manta a la cabeza y decidimos llegar a nuestro primigenio objetivo: Bibioj. Tengo que reconocer que antes de ese día no había oído hablar de Bibioj en mi vida. Está enclavado al principio de un valle, en el macizo de Peñagolosa, como dirían los de Cortes, y a sus espaldas nacen tres pequeños riachuelos. A JR había sido LP la que le había hablado de tan misterioso lugar porque durante el verano que trabajo en las brigadas forestales llegaron a estar a un solo quilómetro de distancia.



Lo primero que encuentra uno al llegar a Bibioj es esto:

Raro, raro, raro, como hubiese dicho uno de los ginecólogos de mayor prestigio que ha tenido este país. Pero es que justo detrás están las antiguas escuelas, parcialmente reformadas. Entrando por alguna de las puertas uno se encuentra desde juguetes hasta un pequeño motor que no hace mucho que han dejado de usar. JR y yo nos mirábamos preguntándonos qué era todo aquello. Pese a no poder abrir la puerta principal sí pudimos ver a través de las ventanas sucias como la casa estaba perfectamente acondicionada para vivir. Era como si alguien hubiese salido de allí corriendo esperando volver al poco tiempo, pero nunca hubiese regresado. No pudimos averiguar más, pero al llegar a casa tecleé rápidamente Bibioj en google y comprobé que no era el único al que le había llamado la atención. Ya sabéis qué hacer si queréis saber más.

Estando allí aprovechamos la ocasión para visitar el antiguo pueblo, casi completamente derruido y abandonado, probablemente hace más de 40 años. Todavía se mantiene alguna casa en pie. Son muchos los pueblos, pedanías, masadas o masías abandonados que he podido visitar desde pequeño, pero ninguno tan sobrecogedor como Bibioj. Es un lugar que desprende un enorme halo de misterio. 



Dicen que todos los caminos llevan a Roma y sensu contrario podemos deducir que no todos llevan a Bibioj. La visita dejó muchas dudas por resolver ¿De donde vendrá ese nombre tan extraño?¿Hasta cuándo vivió alguien aquí?¿Qué paso con la familia vivía en las escuelas?¿Cómo era la vida en estos lugares hace 100 años? En fin, otra experiencia más que pone punto y final a nuestra salida navideña 2010. El año que viene seguiremos descubriendo parte de la provincia de Castellón y descubriendo nuevos lugares misteriosos como Bibioj y espectaculares paisajes como los que nos rodearon durante dos días.

viernes, 14 de enero de 2011

21'097

Nunca lo he tenido muy claro, pero supongo que es el hecho de que en nuestro fuero interno seamos conscientes de la temporalidad de nuestra propia existencia lo que nos lleva a que nos dediquemos a celebrar todo tipo de aniversarios. Muchas veces nos aferramos a lo pasado, a ese momento nimio de nuestra existencia que nunca volverá y que tanto nos marcó de una u otra manera.

Y después esta profunda reflexión personal que, básicamente, no me lleva a ningún sitio, podría decir que yo soy diferente, que no celebro ningún tipo de aniversario puesto que eso supondría caer en la superficialidad del mundanal ruido que nos rodea, que es necesario, sin embargo, elevarse por encima de la rutina, del hombre masa de Ortega y ser único y diferente. Podría decirlo, claro que podría, pero por qué no tendría que ser sincero conmigo mismo. Porque tanta retórica e intrincamiento simplemente para decir que, en el mismo momento en que publico esta entrada, estoy de aniversario.

El mío, como el de otras 41 personas es un aniversario muy especial. Hace ya algunos años decidí apostar fuerte y formarme para poder ejercer una profesión, que más que eso es un sueño (y una responsabilidad). Eso suponía pasar un número determinado de exámenes de elevada complejidad, no sólo por la dificultad de la materia, sino también por la competencia externa. Fueron casi un lustro de duros esfuerzos y privaciones que, hoy, hace justamente un año, dieron su fruto.

El pasado 14 de enero, ya no recuerdo ni a qué hora, cerca de las 6 ó 7 de la tarde, descolgué el teléfono para dar la buena noticia y no pude parar de llorar en 20 minutos. Ha sido uno de los momentos más emocionantes que he vivido en mucho tiempo y seguro que uno que recordaré para siempre, mucho más que otros más ceremoniosos. Ese fue el verdadero reconocimiento, aquellas dos llamadas telefónicas, el resto purito teatro.

El último año, desde entonces, ha sido un enmarañado caos. Esta misma semana lo volvía hablar con una compañera, una de esas 41 personas con las que he tenido la suerte de convivir de manera muy especial este tiempo. Recordábamos como ha sido un año en el que nuestra vida ha dado un vuelco tremendo. Tan repentino fue el cambio y tan brusco que para muchos de nosotros no ha sido fácil habituarse. Hemos pasado del orden extremo a la desestructuración más caótica y poco a poco nos hemos ido regulando, con nuestros más y nuestros menos, hacia un equilibrio en muchos casos difícil de mantener.

Este año pasado ha dejado muchas cosas, algunas muy buenas, otras no tanto, pero ha sido de continuo aprendizaje en muchos aspectos de la vida. No obstante tras la transición llega el momento de buscar nuevas metas. Y es que aunque también celebre los aniversarios y viva para algunas cosas en el pasado, toca caminar hacia el futuro con paso firme.

La primera meta de este año, que no la única, tiene relación con el número mágico del encabezamiento. No se trata de los 21 gramos de los que habla la película de idéntico título ni de ninguna cifra recogida en  la cábala, ni mucho menos. Se trata de algo mucho más banal. Son los 21'097 quilómetros que conforman la media maratón.

Durante mis años de estudio me aficioné, más que nada por higiene mental, a correr casi todos los días. Gracias a mi amiga LP conocí el mundo de los corredores no profesionales y con mi amigo PS me apunté a mis primeras carreras populares de 10 mil metros. Nunca fue mi objetivo el de ser primero (ni siquiera sueño con ello), sino el de crear algún objetivo dentro del marco de lo que se estaba convirtiendo en una gran afición. Con todo, después de aprobar, MM me lanzó el desafío de probar con la media maratón. Esto ya empiezan a ser palabras mayores. He establecido con LP un programa de entrenamientos y espero que para el 28 de marzo esté suficientemente preparado como para aguantar hasta la meta.

No seré el primero, ni falta que me hace, pero lo importante será cumplir con el objetivo de llegar. Eso sí, el año contará con ulteriores desafíos, pero creo que el resto los iré desvelando a su debido tiempo que, como un buen jugador de mus, hay que mantener la tensión del juego hasta que por fin se lance al adversario el órdago final.

jueves, 6 de enero de 2011

Trans-Guadarrama (III) -La caridad cristiana-

Nuevo día en nuestra aventura particular. La noche ha sido, cuanto menos, calurosa. Los tres metidos dentro de la tienda de campaña hace que uno acabe con el saco completamente abierto y quitándose la camiseta, aunque fuera haga frío y bastante humedad.

Lo primero que hacemos al salir de la tienda es mirar directamente al cielo. Ya hemos tenido suficiente agua para mucho tiempo con el día anterior y pernoctar esta noche en medio de la montaña sin techo bajo el que plantar la tienda, si se repite la tormenta eléctrica, puede ser peligroso, muy peligroso. Por la parte segoviana el cielo está negro como la panza de un grillo, por la madrileña un poco más despejado. SP nos arenga con su estoica llamada a la aventura perpetua. En lo que a mí respecta, pienso que es mejor no internarse en algo de lo que más tarde difícilmente podremos salir. A PPG en el fondo le da igual. Ha vivido sólo con el primer día de Trans-Guadarrama su primera gran aventura montañera (si descontamos el esguince al final de la cuerda larga). Mirándole a los ojos puedo decir que si nos vamos a casa en ese mismo instante ya casi se daría por satisfecho. Claro, eso siempre que SP se vaya también, porque ahí subsiste el continuado y enconado pique por saber quién será el primero en morder el polvo.

Prudentemente decidimos bajar al valle, hasta Lozoy (y hasta aquí puedo leer, que estas cosas las carga el diablo y las rimas son muy malas) De ahí marcharemos hasta Rascafría y si lo vemos muy mal nos cogemos el autobús y de vuelta a Madrid.

Lo primero que hay que hacer, una vez todo recogido y la basura en el contenedor más próximo, es bajar once quilómetros por la carretera. Tengo que reconocer que no me gusta nada caminar por el asfalto, pero el cambio de las botas a las zapatillas lo hace más fácil. Bajamos a ritmo rápido y sobre las 12 y media estamos en el pueblo. Entramos bien cargados y llamamos a casa desde enfrente de la iglesia para que las familias no se preocupen. Una vuelta por el pueblo, SP liga con las lugareñas (todas menores de edad, jajajajajaja) y acabamos en el bar pegándonos una buena zampada.


¡Ahora sí! Paso Canadiense

Lozoy (a)

Es en este punto cuando me doy cuenta de que mi cámara ha perdido su vitalidad. Ha decido abandonarnos, dirigirse hacia el cielo de las cámaras digitales y ya no funcionará más en el resto del camino. Mis compañeros no han traído consigo aparato fotográfico alguno, así que no voy a poder ilustrarles, queridos lectores, a partir de ahora, más que con fotografías extraídas de la red.

Acabamos de comer y al salir del bar vemos como el cielo se ha nublado por completo. A la salida del pueblo nos ponemos las capas de agua previendo otra chopada monumental, pero cada poco rato nos las quitamos y nos las ponemos porque no acaba de arrancar a llover. El camino sigue la orilla del embalse de la Pinilla y es bastante tranquilo. Nos pasa mucha gente con las bicicletas por un camino bien marcado y conservado y libre de vehículos a motor.
Embalse de la Pinilla

Vamos pasando pueblos y pedanías, huertas y cementerios, iglesias y granjas y a nuestra derecha observamos con alivio la sierra. Las cumbres permanecen ocultas por un mar de nubes negras que no auguran nada bueno. Hemos tomado la decisión correcta.
Sierra tras El Paular

El camino es sencillo por su orografía, pero la paliza del día anterior y los quilómetros acumulados nos pasan factura. A cada cual le cuesta más caminar. Por lo menos el trayecto se hace ameno contándonos las diferentes aventuras vividas durante nuestros veranos iberoamericanos en Uruguay, R. Dominicana y Ecuador respectivamente.  Por fin llegamos a Rascafría, al pueblo, así que ya sólo nos quedan un par de quilómetros más hasta el albergue juvenil Los Batanes. Ahora es cuando empieza la verdadera aventura del día.

Dado que no habíamos pensado en pernoctar en el albergue no hemos reservado sitio. Llegamos con la esperanza de encontrar una cama y una ducha. Ay almas cándidas... eso no va a ser posible. Hablamos con la chica de la recepción y lamenta tener todo lleno. De hecho se queja de que gente como nosotros, con las mochilas y evidentemente jóvenes no tengamos sitio en el albergue, mientras parte del establecimiento está lleno de abuelos con nietos. Junto con ella, la señora de la limpieza y uno de los encargados tratamos de buscar alguna solución que nos permita dormir esa noche bajo techado dado que a la altura donde estamos no está permitida la acampada libre y no hay ningún camping cerca. De repente a alguien se le ocurre una solución. En el Monasterio de El Paular, justo a 400 metros, pasado el puente del Perdón y la carretera, los monjes tienen una hospedería sólo para hombres (requisito que cumplimos).

Después de pensarlo y unos buenos estiramientos (benditos estiramientos, que yo no puedo ya ni con el alma) nos echamos la mochila al hombro camino del monasterio. Ya dentro de El Paular, junto a la puerta de la iglesia, una pequeña puerta nos conduce a una habitación, una especie de tienda donde nos encontramos a dos hermanos benedictinos. Su primera mirada ya nos choca. Vale que no somos el paradigma de la pulcritud, es lo que tiene llevar 50 quilómetros deambulando por la montaña bajo rayos y centellas. Les pregunto por la hospedería y directamente me dice el primero de los hermanos que no hay sitio: ¡mentira! Permitid que sea así de brusco, pero me apuesto el dedo meñique del pie izquierdo y no lo pierdo a que la hospedería no está llena. Les contamos nuestro situación y lo único que nos dicen es que uno tiene que quedarse en la hospedería un mínimo de 3 días y que, si eso, nos busquemos un hotel por el pueblo. Nos despedimos rápidamente y salimos de allí en dirección hacia el albergue.

Mirad, no es que no tengan razón con lo de los 3 días, que es completamente cierto tal y como se puede comprobar en su página en internet. Lo que sí es verdad es que al salir me siento  bastante decepcionado. No han perdido ni un minuto en ayudarnos, nos han despachado como si por allí no hubiera pasado nadie con un problema que solucionar. Siempre creí que sería diferente en un monasterio, que al viajero, aunque no se le pudiese ayudar se le trataría de otra manera. Éste, desde luego, no ha sido el caso.

Sin embargo, tenemos suerte al regresar al albergue. Entre todos buscamos una solución y nos dejan un viejo barracón abandonado donde poder pernoctar. No es un hotelazo, ni falta que nos hace. Nos dejan utilizar los baños del albergue y hasta rellenar nuestras botellas de agua, cosa que no nos han ofrecido en el monasterio. La verdad es que a esa gente les debemos una. Se lo agradecemos lo mejor que podemos y, aunque tarde y sin poder poner sus nombre porque no los recuerdo, desde este blog hago a todos partícipes de nuestra enorme gratitud. A veces el hábito no hace al monje y la caridad cristiana te la encuentras donde menos te lo esperas.

Ha sido un día movido, sobre todo la parte final. Mañana regresamos a la ruta original con la subida hasta Cotos y la llegada a Navacerrada. Es domingo y seguro que nos encontramos a mucha gente. Eso sí, por el momento los días están proporcionándonos buenas sorpresas y la experiencia juntos está siendo de lo más enriquecedora. A cerrar los ojos ya disfrutar del calor del saco. Buenas noches...

(CONTINUARÁ)

domingo, 2 de enero de 2011

El GPS y la teoría del No-Camino

De nuevo llega la Navidad y hay ciertas tradiciones que deben respetarse. Hay quien llena la casa de bolas de colores, nacimientos y Papá Noeles, hay quien se pasa el día comprando regalos en las tiendas y centros comerciales o quien no sale de la cocina para que las comidas familiares sean exquisitas (por mucho que nadie sea capaz de saborear nada más después de las patagruélicas zampadas). No voy a negar que en parte me dedique a tales menesteres, porque lo hago, pero hay una tradición especial que voy a tratar de repetir mientras mi destino profesional me lo permita: la salida navideña a la montaña con mi amigo JR. En los últimos años hemos tenido todo tipo de experiencias, en alguna ocasión acompañados de LP, la mujer de JR.
Parte de la ruta

Como no podía ser menos, este año repetíamos y, aunque la ruta no se decidió hasta el día anterior a nuestra salida a última hora, ha resultado todo sobre la media de nuestras anteriores experiencias. Salimos de Castellón a las ocho y media de la mañana con destino a Lucena del Cid. Paradita en Figueroles para comprar el pan y un rato más de conducción hasta el Mas de la Costa. Dejamos el clásico Ibiza, que tantos años hace que nos acompaña, sobre una antigua hera y comenzamos la caminata pasando junto a una de las antiguas escuelas rurales diseminadas por el término municipal de Lucena, en este caso rehabilitada hace años por el Centro Excursionista de Valencia. Nosotros, tras alguna duda inicial, tomamos el PR-V-79 en dirección a la base de Peñagolosa.
Valle del Rio Lucena con Lucena del Cid al fondo
Al fondo la Sierra de Espadán


Dejamos el Ibiza y comenzamos a andar



Al fondo la Lloma Bernat




Con mi sabina particular

Poco a poco fuimos ascendiendo hasta alcanzar la Lloma saltadora. Aquí el PR se une durante un par de quilómetros a una pista por la que discurre el Pas Reial d'Aragó. Éste es similar a las cañadas reales de Castilla, preparado para la transhumancia, aunque hoy en día el escaso volumen de rebaños que pasan largas temporadas en el norte o en el sur en función de las temperaturas ha hecho que este antiquísimo camino esté perdido en muchos de sus tramos.
Penyagolosa, gegant de pedra, la teua testa plena de neu, Penyagolosa, Penyagolosa, a la tempesta, al sol i al vent. I és la senyera del poble meu

En el mas del Collado nos desviamos a la izquierda para comenzar la circular a Peñagolosa. A nuestra derecha, a lo lejos, podemos observar Gargant y Chodos. También vemos la subida al Marinet, por donde los Peregrinos de Las Useras dirigen sus pasos a San Joan de Peñagolosa una vez al año en silencio y penitencia. Dejamos todo de lado y guiados por el maravilloso pajarito de la "Comunitat" nos dirigimos a la Cueva del Sastre, que yo más bien llamaría abrigo a falta de investigaciones más exhaustivas.
pajarito, pajarito


Cueva del sastre

La circular a Peñagolosa por su cara sur es tremendamente bonita. La inmensa roca acompaña durante gran parte del recorrido y se pasa junto a tupidos pinares alternados con algún roble y muchas encinas. Sobre nuestras cabezas vimos planear gran cantidad de buitres atraídos por algún tipo de carroña no muy lejos de donde nosotros estábamos. Completada la cara sur subimos hacia la plataforma de subida al pico por la nevera de Peñagolosa. Desgraciadamente ésta está completamente cerrada y ni siquiera se les ha ocurrido poner una puerta con verjas para que la gente que se acerque hasta aquí pueda observar el interior de tan inusual infraestructura en la época de las neveras eléctricas y los congeladores.

Pico del Peñagolosa


Fuente del paso


En la base del pico decidimos descansar un rato puesto que nuestros estómagos reclamaban ya animados la pitanza. No subimos al pico, no por falta de ganas de un servidor, sino porque teníamos todavía mucho que andar unido a la incertidumbre de la parte final del camino.
Camino hacia la cima del Peñagolosa

Mmmmmmm... bocata de jamón

Una vez bien lleno el buche continuamos con nuestra circular. Pese a que en esta parte del recorrido encontramos multitud de cabras montesas es de ley reconocer que pierde vistosidad el camino. Sí volvimos a ver Gargant y Chodos, además del refugio de Les Mallaes. Pero como en invierno los días son cortos y no teníamos muchas ganas de sacar los frontales de las mochilas, nos dirigimos a la parte complicada del día. ¿Cómo volver al Mas de la Costa sin repetir lo ya andado? Fácil, uno se acerca a la Masía Sabater, desde ahí a la Gronsa y al Mas de Cres y vuelta al Mas de la Costa... ¿fácil? Pues no señor. Por supuesto no íbamos a seguir el camino "marcado" por el Centro Excursionista de ¿Valencia?, no, no teníamos tiempo para eso. En esta ocasión JR decidió hacer caso al mapa y en un momento determinado al GPS:

-¡Pero si aquí no hay camino!
-Sí, claro que sí, que lo marca el GPS
-Ya lo puede marcar Perry Mason con la silla de ruedas, aquí no hay nada.
-Se habrá perdido un poco, pero siguiendo las indicaciones del GPS seguro que llegamos.

Patinaje sobre hielo en la Font Trobada


Aeroport de Castelló


Gargant en primer plano y Chodos al fondo

¿Camino?

Sí, sí, claro, lo marca el GPS

¡Pues va a ser que no hay camino!

Por supuesto que llegamos, pero al cortado donde ya no podíamos seguir. A lo lejos, a no más de dos o tres quilómetros en línea recta, podíamos ver el coche, pero avanzar era imposible (salvo que el salto base con 10 metros de altura fuese lo nuestro, que no lo es) y empezaba a hacerse de noche. Al final regresamos por donde nos habíamos aventurado, con algún pincho de aliaga de más en las manos, y encontramos de nuevo el PR de subida a poco más de 20 minutos del Mas de la Costa.

Llegamos al coche ya de noche, aunque con suficiente luz como para no tener que encender el frontal. De allí directos a la Masía Les Pedroses, donde encendimos la estufa de leña haciéndola subir a temperaturas insospechadas, una ducha con el agua calentada en ollas sobre la estufa, una buena cena y a sobar al catre.


De vuelta al coche

Una maravillosa salida, con impresionantes vista que cada vez nos refuerza en la idea de que la provincia de Castellón no tiene nada que envidiar a otros sitios de nuestro país en lo que a montaña y sendas se refiere. Quizá sería necesario cuidar más el monte en lugares que se denominan "Parque Natural" dedicando más recursos y de manera más ordenada, en lugar de tirar el dinero en carteles metálicos con logos de diseño que, además, indican mal las direcciones. Quizá un día de estos intentaremos arreglarlo, cuando retome mi vocación frustrada de ingeniero de montes.
agua para la ducha


Un poquito de cena

Al día siguiente todavía nos esperaba una nueva visita a la montaña.