martes, 17 de enero de 2012

SÍ, QUIERO.

Ha comenzado un nuevo año y, como suele ocurrir regularmente, una vez pasado el 31 de diciembre solemos hacer una revisión de los 12 meses anteriores. Hay quien lo define por todo lo bueno que ha vivido, hay quien a través de las experiencias negativas que ha tenido que soportar y hay quien, finalmente, identifica el año ya pasado con algún acontecimiento en particular que le ha marcado especialmente.

Podría definir mi año en cualquiera de esos tres sentidos, pero esta vez quiero hacerlo de un modo diferente. Reconozco que no tengo el récord, ni de lejos, sin embargo, mi 2011 se puede definir, entre otras muchas cosas, por sus siete bodas y una comunión. Fue volver a la vida social después de tanto tiempo y comenzar a llegar al buzón de casa tarjetones de invitación a bodas a diestro y siniestro.

Mucho he reflexionado sobre esta expresión sociológica por excelencia. Durante años tuve que asistir a innumerable cantidad de bodas, fin de semana sí, fin de semana también. Resulta divertido observar como todos (ellos y, principalmente, ellas) creen que su boda es especial, distinta a las demás, completamente innovadora. Pero cuando vas a tantas y tantas bodas te das cuenta que no es así, que todas son iguales y sólo la alegría y jovialidad de los invitados las diferencia.

No obstante, quiero analizar las bodas desde mi experiencia de este año, que no ha sido en absoluto baladí.

En primer lugar nos encontramos con el momento tarjetón. Los hay más modernos, más clásicos, más pequeños, más grandes, más grandilocuentes, más minimalistas (lo cuál me recuerda al anuncio de una popular bebida refrescante: para los altos, para los bajos, para los gordos, para los flacos, para los serios, para los payasos,…)  Hay quien los da en mano, hay quien los envía por correo, quien los reparte en una comida o quien, como un colega, simplemente envía un correo a todos o llama por teléfono. Eso sí, hay quien aúna todas las modalidades no sea que se les olvide a los invitados ir a la boda.

A continuación llega el momento regalo. En este país, cada vez más, se abandona la tendencia "lista de bodas” y se impone un estilo mucho más “bancario”, el del número de cuenta corriente. Aséptico, sin duda, pero muy eficiente y que evita momentos embarazosos. Aunque siempre quedan clásicos: el sobre en mano el día del banquete. Un amigo me contaba que hay sitios donde, aplicándose esta modalidad, los invitados no cierran el sobre hasta acabado el convite. De esta manera introducen mayor o menor número de billetes en función del grado de satisfacción de sus estómagos. Para mí es este último el que le da a la boda un toque de autenticidad sin igual y un mayor grado de dinamismo y diversión.

Fíjense en la caja sobre la mesa, receptora de sobres llenos de parné

El día de la boda comienza, socialmente hablando, en la puerta de la iglesia/ayuntamiento (en mi caso, todos los matrimonios de este año se han celebrados en forma religiosa). Se reúnen los invitados y por fin llega el novio. Éste suele ir vestido a la moda temporal de este nicho de mercado, aunque siempre hay alguna excepción marcada por la uniformidad de su cuerpo de pertenencia: ejército, policía, tuna o equipo de deportes. La novia no suele cambiar en sus ropajes, pero sí su medio de transporte: el coche de San Fernando, coche de época, bólido ultramoderno, coche de caballos; para gustos los colores.



A continuación comienza la ceremonia. Personalmente encuentro bastante poco respetuoso hacia los novios aquellos invitados que, en lugar de entrar, se van a tomar cervezas al bar de enfrente, excepción hecha de las pequeñas iglesias abarrotadas. Si yo fuera alguno de los contrayentes, directamente les cerraba las puertas del banquete.



Es al salir donde comienza lo bueno: el arroz, el confeti, los “¡viva los novios!”, la traca y las actuaciones musicales. ¡Ah, las actuaciones musicales al salir de la boda! Las hay de todos los tipos: los colegas que tocan a los novios por pertenecer alguno de ellos o ambos a su agrupación musical, el grupo contratado o el grupo de danzas con saludo regional incluido. Resultado final: todos acaban llorando.











En ese momento los novios se van a hacerse las respectivas fotografías a parques, playas o monumentos cercanos, que luego enseñaran en inquietantes veladas a todos los amigos y/o familiares. Los invitados huyen hacia el lugar del banquete, bien sean a pie o motorizados, donde comienzan a rellenar de líquido y sólido los estómagos, haciendo más corta la espera entre animadas conversaciones y reencuentros.

… y llegan, los novios por fin aparecen, aunque sea, sorprendentemente, en el camión de la basura. Todos brindan, se oyen de nuevo vivas a los novios y ordenaditos, uno tras otro después de buscarse en la lista, los invitados se meten en el lugar del banquete. Los novios entran a continuación acompañados de una estruendosa música y brindan… ¡viva los novios!.





Comienza el banquete, se revisa la carta, llegan los camareros y…

-          Pues mucho mejor lo del banquete de XXX hace dos semanas.
-          Qué va, qué dices, en el de YYY sí que estaba bueno.
-          La verdad es que a mí todo me parece igual. Pásame el vino, María, que me voy a emborrachar.

Entrantes, carnes, vinos, cavas, pescados, sorbetes, dulces, postres, cafés, copas, puros… buen menú, buen menú, buen menú Señor.



Mientras todos los comensales se centran en la comida algo pasa. El novio desaparece junto a los amigos y, cuando uno menos se lo espera, tiene colgado en la pared, junto a su mesa, los calzoncillos del contrayente y su corbata defenestrada por la mitad.



Comienza a sentirse la tensión, llega el gran momento, se levantan los novios, vuelve a sonar la atronadora música y algún miembro del servicio aparece, cual Santiago Matamoros, con la espada en ristre. Se desfunda, se agarra con fuerza el mango y con sutil destreza se corta la tarta. Ya está, el auténtico ritual se ha cumplido, ahora sí son marido y mujer (o han tomado realmente la primera comunión, porque ahí también tuve el privilegio de asistir a tan castizo acto).




La comida finiquitada no queda más que lanzarse a la pista de baile… ¡Nooooooo! los primeros son los novios; los Beatles, un vals o una polka, qué más da, pero nunca se atrevan ustedes a abalanzarse a la pista antes que los novios. Creo que sería peor que abrir un paraguas bajo techo o que a uno de le caiga la sal: directitos al infierno.

Eso sí, una vez “bailados” los cónyuges, se abre la veda. Se traspasa la frontera de Sodoma y Gomera. Venga cubatas, venga bailes, venga echar a los de la orquesta y acabar tocando y cantando los invitado (verídico, doy fe). No puede quedar esta fase de la boda libre del típico manteo del novio por los amigos, cuál técnico campeón de la copa del mundo.

Señoras que bailan entre ellas, otro clásico





Y es que por mucho que pueda parecer que no me gustan las bodas, lejos de mí afirmarlo. Son un bombazo, uno siempre acaba pasándoselo bien. Ya sea con los amigos, en familia o en una boda en la que uno no pinta nada; al final siempre hay grandes chispazos que dan rienda suelta a la alegría y jovialidad.

Dicho lo cual no puedo reprimirme en confesarles que no moriré tranquilo hasta que vaya a una boda en la que tarta se descuelgue del techo. Ah, y me han dicho personas informadas que eso pasa… ¡qué gran país el nuestro!


¡VIVAN LOS NOVIOS!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un tarta descolgarse del techo??? La respuesta la tienes en los Salones Princesa (Onda, Castellón). Blkn.

Beatriz dijo...

De acuerdo contigo sobre el comentario de las bodas, son todas iguales.
Espero que el año pasado lo recuerdes por las buenas experiencias.