martes, 14 de febrero de 2012

Cazando la piel del oso



Tras una de esas comidas de sábado que empiezan a las 2 de la tarde y acaban casi 12 horas después, justo antes de tomar unas copichuelas, decidimos que no podíamos dejar de ir a la montaña al día siguiente. Hora de encuentro (no demasiado pronto): 9 de la mañana en la parada de metro al lado de mi casa. Resultado: todos llegaron tarde. Mientras esperaba me dio tiempo a desayunar en Las Leandras, un clásico bar de barrio, comprar los periódicos y pasar por el banco. Poco más y planto un huerto. Eso sí, hubo quien a la media hora de gracia que le dimos, añadió otros treinta minutos más. ¿Quién se enfadó?



Nos subimos en el coche y en "un nada", como dicen en mi pueblo, nos bajamos al final de la carretera del valle de la Fuenfría. Recogimos todo lo que llevábamos en el maletero y a andar, que es infinitivo. 




La subida de la calzada (borbónica, que no del todo romana) lo hicimos con tranquilidad mientras alguno se recuperaba de la resaquilla rompiendo a sudar. En el puerto nos paramos brevemente para echar un trago de agua. Es un lugar que los domingo casi podría asimilarse a la calle Preciados de Madrid durante las navidades.

En un segundo nos pusimos manos a la obra con la subida al cerro Minguete. Hacia muy bueno, incluso calor, pero pronto notamos en nuestras carnes el elemento que nos iba a molestar de manera importante durante todo el día en las zonas altas: el viento.






Del cerro Minguete hasta el Montón de Trigo el camino es corto, pero la vista desde la cima del segundo es infinitamente mejor. Antes de llegar a la parte más alta nos refugiamos tras unas rocas para injerir algunos frutos secos (más de diez por persona, contraviniendo al hermano de PPG).





La bajada desde la cima del Montón de Trigo hasta el collado de Tirobarra se hizo pesada entre tanta piedra. Era en esos momentos en los que echábamos de menos más nieve que nos permitiera bajar a toda velocidad y enfrentarnos a la subida a la Pinareja. El ascenso a la Pinareja es sencillo y nosotros lo hicimos sin prisa, pero sin pausa. Arriba decidimos comer, pero lo hicimos refugiados tras un muro de piedra. Recordaba a las antiguas fortificaciones de la Guerra Civil, de las que todavía quedan restos en las montañas de las sierras de Guadarrama y que pudimos ver ese día.








Después de alimentarnos seguimos el camino hacia la peña del Oso, nuestro objetivo. Soñábamos con poder hacer este recorrido con los crampones y los piolets, pero por el momento los dejamos guardados en los armarios de nuestras casas.









Por fin llegamos con nuestros amigos los osos a la cima. El viento soplaba con fuerza, pero las vistas eran maravillosas. Un mar de nubes que cubría toda la meseta norte y que nos permitió hacer un vídeo estupendo, aunque alguno tuviese que agacharse en menos de medio metro cuadrado.



























La vuelta  pensamos en hacerla bajando monte a través para buscar los ojos del río Moros, pero el tiempo se nos echaba encima y, aunque los días comienzan a alargar, decidimos volvernos para disfrutar de la puesta del sol y de los cambios de color en el cielo que marcan el inicio de la noche.








Al final pospusimos la cerveza de final de jornada que nos proponía JDC en el mítico Looser (durante tantos años visitado) para una próxima ocasión porque ya era tarde después de la vuelta a la ciudad, con pérdida de camino incluida. 

Bonita salida invernal, aunque sin nieve. Inmejorable compañía. Habrá que repetir.








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