lunes, 1 de octubre de 2012

GR-20 I (EL INICIO)

Todo comienza en algún momento o lugar. El inicio de esta historia transcurre de manera aletargada, día tras día, en el cuarto de estudio de un opositor.

Durante casi cinco años estuve haciendo planes a la sombra de los libros; planes que soñaba con poder convertir en realidad en cuanto dejase de estudiar. La lista era bien larga. Pero hete aquí que, una vez acabado el estudio, uno debe enfrentarse a la auténtica realidad y no a la esperada y es ésa, muchas veces, la que nos aleja de completar los sueños.

La vida cambia por completo. La mente recorría parsimoniosa un tiempo que ahora faltaba pues nuevas y muy diferentes son las obligaciones. Se llega incluso a la febril hiperactividad, que trata de equilibrar toda la que durante tanto tiempo estuvo ausente.

No obstante, con tiempo y perseverancia algunos de los hitos de esa lista parecen acercarse al momento de ver la luz. Este verano ha tocado cumplir uno de ellos. Era el que me prometía a mí mismo y propuse prometer hacer en cierta noche antes del fin último como hecho ineludible que debía seguir al aprobado: atravesar Córcega de una punta a la otra andando. Vamos, completar el GR-20, para ser más técnicos.

Fuente: http://www.jmrw.com/France/Corse/GR20/pages/2004010FFRP_jpg.htm


Después de varias idas y venidas, propuestas, invitaciones, rechazos, reflexiones y respuestas en uno y otro sentido, decidimos irnos CG y yo solos. No nos vale sólo con compartir espacio vital, sino que decidimos hartarnos hasta la saciedad de vernos la cara todas las vacaciones. 

Sin duda, lo más complicado: llegar a Córcega. Parece que está al lado, ahí, quietita, en medio del Mediterráneo ¿verdad?. Pues no, salvo que se quiera dar un riñón y medio hígado, junto con los ojos, en pago por llegar hasta allí, hay que estar dispuesto a ver pasar las horas en el reloj antes de alcanzar el inicio del ansiado recorrido.

Después de preparar todo concienzudamente y pesar las mochilas mil y una veces, cogimos los bártulos y nos fuimos al aeropuerto. Nos esperaba un vuelo a Barcelona, otro a Niza y, desde allí, un bonito recorrido en ferry hasta Calvi.



Pero la cosa no podía empezar bien. Tengo que mantener la reputación de gafe que tengo entre los amigos de mi ciudad natal (lo he logrado en este viaje). Nada más llegar al aeropuerto, nos dirigimos a facturar y... seis horas de retraso. Le dimos mil vueltas a la manera de solventar el contratiempo, pues perdíamos la conexión y el vuelo del día siguiente iba a aterrizar con muy poco tiempo para lograr embarcar en Niza. Analizamos opciones, buscamos en internet, comparamos precios, salimos y entramos en la zona de embarque y... con una inmensa alegría nos dispusimos a leer revistas y libros hasta que despegase nuestro vuelo.




En el aeropuerto de El Prat me encontré a un antiguo compañero que estaba igual que nosotros, pero volando en sentido contrario. Tuvimos un percance con las maletas (desde aquí agradezco la simpatía del personal de tierra de Iberia) y acabamos cenando algo a altas horas de la noche.



Al día siguiente, después de la correspondiente reclamación (de la que todavía no he obtenido respuesta alguna), volamos de Barcelona a Niza. Nos bajamos del avión corriendo, cogimos las mochilas y salimos de la terminal. A la salida me acerqué al primer taxi que encontré, le pregunté a la taxista si creía que nos podía acercar al puerto en la escasa media hora con que contábamos y nos dijo que lo podía intentar. Era, sin duda, la taxista más choni de toda Niza, pero también de las más eficientes en su Mercedes último modelo. Nos dejó a escasos 100 metros de la zona de embarque, a la que corrimos con las mochilas colgando. CG se cayó estrepitosamente a menos de 20 metros del control de seguridad, con la consiguiente herida sangrante en la pierna. Alcanzamos el control, enseñamos los billetes y...




... logramos montarnos en el barco. Con diez minutos de margen y la idea ya en nuestras mentes, afortunadamente desechada, de pasear aquella noche por Niza, logramos embarcar hacia Córcega.




La travesía fue tranquila, con bastante calor. La nota de color la puso el banco de atunes, que cruzaron de estribor a babor cuando comenzábamos a divisar las costas corsas en el horizonte.



Llegamos a Calvi, con su llamativo recinto amurallado. Poco a poco la gente iba descendiendo hacia el puente de salida. Entre tanto turista se nos acercaron un par de senderistas franceses (como comprenderéis, son fáciles de identificar). Nos preguntaron si íbamos a hacer el GR-20 y, tras nuestra respuesta afirmativa, nos comentaron que al llamar al albergue -que más tarde descubriríamos que era el mismo que el nuestro- les dijeron que se había publicado un decreto prefectoral por el que se prohibía, dado el fuerte viento y el peligro de incendio por razón de la sequía que asolaba Córcega desde hacía casi cinco meses, la utilización de las sendas que cubrían las dos primeras etapas del camino.








Al bajar del barco nos juntamos con Raúl, otro español, y preguntamos a un gendarme, que reconoció no tener la mínima idea de lo que le estábamos contando.



Seguimos hasta una plaza donde la guía indicaba que se podría coger un taxi. Verdad era, después de esperar más de 30 minutos. Allí conocimos a Jonas, un flamenco del que os hablaré más adelante. Nos juntamos todos para coger un taxi y llegar a Calenzana. Qué experiencia. Nada como los corsos conduciendo. El taxista conducía sin cinturón, con dos teléfonos sonando y a los que contestaba continuamente, a 120 por hora en una carretera limitada a 70, sin líneas de división ni arcén... qué grande (y qué miedo). Poco a poco descubriríamos que, si bien formalmente todas las leyes aprobadas en París son de aplicación en la isla, la práctica se aleja muy sensiblemente de la teoría.



Al llegar al gîte d'étape municipale de Calenzana nos atendió una chica bien simpática. Ella fue la que nos informó del decreto prefectoral y, sobre todo, de cómo toda la gente del refugio, con su ayuda, había organizado un autobús para poder evitar la prohibición y comenzar a andar al día siguiente a mitad de la que era nuestra tercera etapa.



Tranquilos ya, plantamos la tienda, nos fuimos a cenar al pueblo (bien, aunque caro) y nos volvimos a planchar la oreja. La situación de la zona de acampada, al lado de la carretera, es claramente mejorable. Nos hizo tanto calor que acabamos durmiendo con las puertas de la tienda abiertas y fuera del saco.



Al día siguiente nos levantamos con una mala noticia. Una de las varillas de la tienda estaba rota. Menos mal que se me ocurrió meter cinta americana en la mochila. Estuvimos así unos cuantos días hasta descubrimos la mejor de las soluciones.



Lo que ocurriría a partir de aquí es harina de nuevas entrada. Próximamente...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Oyeee.....Ya estamos proximamente?
Seguro que hay muchos colgaos como yo, que no nos importaria acabar de leer la historia.
Hace 4 dias he estado en el col de Bavella y me ha entrado un mono de gr 20....