lunes, 12 de septiembre de 2011

EL RELÁMPAGO URBANO

Quien haya leído este blog sabrá que dedico parte de mis pensamientos a la movilidad urbana. El urbanismo me parece apasionante: el modo de organizar el lugar donde vivimos, básicamente en las ciudades, y la manera de moverse en este marasmo. Este pensamiento es mucho más repetitivo desde que vivo en una gran ciudad.

En estas ciudades es imposible y contraproducente moverse en coche, sobre todo en lo que al centro se refiere. En Madrid, donde vivo, el transporte público es una maravilla: trenes de cercanías, autobuses, metro, tranvía (o metro ligero, como aquí se llama), aunque en algunas ocasiones pequeñas distancias se convierten en auténticas pérdidas diarias de tiempo.

Desde siempre me han llamado la atención las motos, pero nunca he tenido una. Es una ventaja poder aparcar allí donde tienes intención de ir y moverte igual de rápido que un coche. Sin embargo no se deja de contaminar (un grave problema de nuestras ciudades) y las últimas noticias y campañas de la DGT sobre los accidentes de los conductores de motocicletas hace que uno se piense pero que muy bien el utilizar una.

La que siempre he considerado como el mejor transporte urbano posible es: la bicicleta. Durante mi etapa universitaria solía moverme por la ciudad de este modo -y no era el único-. Sin embargo, la ciudad en la que vivo actualmente está llena de cuestas y conseguir no llegar sudado al lugar de destino no es tarea menor. 

Dándole vueltas en la cabeza he llegado a la conclusión que nada es mejor en Madrid que utilizar una bicicleta eléctrica. Pero hasta el momento no había podido probar ninguna. Y digo por el momento porque hace poco, en pleno mes de agosto, mi colega J. me dejó la suya mientras se iba de vacaciones con la familia.

Os preguntaréis seguro por el resultado. Sólo puedo definirlo de una manera: ¡fantástico! La probé yendo a trabajar desde casa en traje y corbata y trasladándome desde mi oficina hasta la central de mi trabajo. Diariamente tardo unos 25 minutos en llegar al trabajo entre andar y coger el metro. Con la bici fueron 10 minutos rapidísimos y sin sudar ni una gota (objetivo harto improbable en el metro durante el verano). Para el segundo trayecto, que en coche supone unos 20 minutos, únicamente necesité 18 minutos a las tres de la tarde y con unas cuestas bastante empinadas de por medio. La asistencia al pedaleo permite subir como si se estuviese pedaleando en el llano.



Ahora sólo hace falta reflexionar sobre el tema, porque, muy probablemente, el principal inconveniente de este tipo de bicicletas es el precio que cuestan. Pronto decidiré al respecto, pero desde luego que pase lo que pase me sigue pareciendo el método de transporte ideal para este tipo de ciudades. Con ellas seguramente se acabarían los problemas de contaminación y circulación que nos rodean.

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