viernes, 30 de noviembre de 2012

GR 20 VII (CORSE DU SUD)


Después de haber cenado buen jabalí con patatas,  todo ellos regado con vino corso, amanecíamos en un día que seguía ciertamente gris, con algunas gotas todavía cayendo desde cielo, y unas cimas cubiertas de nubes que calmaban nuestras conciencias y orgullos heridos por haber abandonado la montaña el día anterior. Sin duda había sido la mejor opción.


Nos levantamos pronto, recogimos la casa y cogimos el bus. Había que coger sitio en la primera parada porque va admitiendo viajeros conforme se los va encontrando, hasta que se llena la furgonetilla que nos llevaría desde Cozzano hasta Santa Maria-Siché. El conductor, auténticamente corso, andaba cabreado mientras recordaba otros tiempos mejores para el transporte de viajeros en el interior de la isla, cuando él, en lugar de la furgoneta alargada que nos transportaba (remolque incluido), conducía entre las pronunciadas curvas de las carreteras de montaña un gran autobús de 55 plazas.

Llegamos al cruce con la carretera nacional, descendimos del vehículo, despidiéndonos de los buenos de Marie y Thierry, que nos habían acompañado buena parte del camino y que, como nosotros y la mayoría, habían decidido abandonar la montaña. Nos tomamos unos cafés y, justo a la hora indicada, pasó el autobús (propiamente dicho) camino de Porto Vecchio. 

Pero en Córcega las distancias sobre el mapa no son lo que parecen en vehículos a motor (y sin motor si no son las propias piernas). Cinco horas y media después de nuestra salida de Cozzanno y después de haber recorrido todo el sur de la isla -Olmeto, Propriano, Sartène, Figari- llegamos a Porto Vecchio.

Ese era nuestro primer alto en el camino. Etapa inicial del Tour de Francia 2013... nosotros llegamos un poco pronto para eso. Iniciábamos aquí nuestra vida como turistas típicos: visita cultural, paseos por el puerto, helados en la plaza, etc, etc. Por fin estábamos descansando de los esfuerzos anteriores.







Instrucciones para los que se vayan de turismo a Córcega. Allá donde fueres...


De Porto Vecchio nos dirigimos al dia siguiente a la bahía de Pinarellu. Un rato en bus y pronto llegamos al camping. ¿Qué contaros de tres días de camping al lado de una playa en el mar Tirreno? Una pasada. En este tiempo se nos unió Philippe con su hamaca (mucho hay que aprender de sus viajes por el mundo en hamaca) y nos dedicamos a dormir, leer, bañarnos, palear, hacer barbacoas... nada que ver con las semanas anteriores, pero nada que envidiarle tampoco.












¡Qué bueno lo pasamos!

Eso sí, lo bueno siempre tiene un fin y llegó el momento de volver a casa. Pese a tener algún problemilla con el transporte local, finalmente pudimos regresar a tiempo a Porto Vecchio y junto con Philippe nos embarcamos camino a Marsella, observando las maravillosas puestas de sol desde el oriente corso, el estrecho que te hace tener a un lado Córcega y al otro Cerdeña (cual capitán pirata cantando alegre en la popa) y finalmente la llegada a la gran urbe sureña francesa.















Cerdeña a un lado del paquebote

Fiesta a bordo
La auténtica Córsica Cola

Pronto llegamos a la estación gracias al transporte público marsellés (y eso que no teníamos ni idea de que Marsella tuviera metro). Nos despedimos de Philippe en la estación prometiéndonos contarnos nuestras historias futuras y próximas a través de la red y nos dirigimos al aeropuerto. 

Nuestro vuelo fue apacible, incluso llegamos antes de lo previsto pudiendo descansar en casa con alegría de nuestros cuerpo y con la vista puesta en el día siguiente que, afortunadamente, habíamos cogido de vacaciones. Eso sí, el viaje sirvió para que, desde el aire, se iluminara mi bombilla y se planteara una nueva expedición para el verano 2013. ¿Qué será? Eso sólo lo contaré si al final ve la luz. Lo que sí os puedo asegurar es que el órdago está echado y que no ha disgustado a quien tenía que recibir la propuesta. Veremos qué resulta de todo ello.



lunes, 19 de noviembre de 2012

UPSSSSSS, ¡ME EQUIVOQUÉ DE HIMNO!

¿Os imagináis qué situación tan embarazosa? seguro que no es la primera vez que escucháis esta historia. Os doy pistas...




Pero también...




... o ...





Sin embargo, yo no me refiero a este tipo de errores. Más bien a esas canciones con que nos identificamos geográfica o regionalmente, que se convierten en verdaderos himnos de nuestras patrias chicas o grandes y que todos cantamos con fervor con sólo escuchar las primeras notas.

Todo empezó hace unas semanas con José Antonio Labordeta. El genial cantautor aragonés nos dejó hace poco más de dos años. Entre sus canciones destaca "canto a la libertad", que muchos aragoneses conocen y a los que les gustaría que fuera su himno regional.



En mi ciudad de origen existen hasta dos de estos maravillosos himnos propios y oficiosos. Uno más formal, de la fiesta, otro más joven y moderno, el que muchos de nosotros cantamos cada vez que salíamos de fiesta por la ciudad.




También en el mundo del deporte existen himno oficiosos. En Irlanda, además del himno nacional, cada vez que la selección de rugby juega en casa, suena Ireland's Call. Ahí va:


Australia es otro de estos casos prototípicos. Personalmente Waltzing Mathilda me recuerda a una serie televisiva sobre un campamento en los veranos australes, con koalas, canguros y diversión infantil...


Citando a los míticos Sabandeños, éste es "el pasodoble más fiero que jamás se haya escrito". Himno oficioso de las preciosas islas Canarias, curiosamente la letra la escribió originalmente un valenciano que jamás pisó las afortunadas:


Por último un himno que lo es, pero que no es el himno oficial y original. Ha calado tan hondo entre la afición de este club de fútbol español que no podía dejar de tener un hueco en esta entrada...


domingo, 18 de noviembre de 2012

GR 20 VI (PRATI - USCIOLU - COZZANO)

Nos levantamos bien pronto en el refugio de Prati. Cuando duermes en la tienda y no hay nadie muy ruidoso alrededor, siempre te puedes hacer un poco el remolón. Sin embargo, en el refugio, en cuanto más de tres personas comienzan a prepararse, entonces no hay quien pare la avalancha, como fichas de dominó todo el mundo se va levantando.


Nada más salir del saco y calzarme, lo primero que hice fue salir a la terraza del refugio y mirar hacia el mar. La visión que tuvieron mis ojos no podía ser más esperanzadora. Se abrían claros sobre el Mediterráneo, 1.800 metros más abajo, y podía ser que lo peor de la borrasca ya hubiera pasado. Con alegría me di la vuelta, giré la esquina del refugio y fue entonces cuando observe las negras nubes que nos iban a ir envolviendo poco a poco.


En cualquier caso y por lo pronto, lo primero que había que hacer era recoger y desayunar para poder ponernos a andar cuanto antes. Por supuesto eso no es más que un deseo porque, al final, siempre se tarda más en empezar de lo que uno desearía.

Nos pusimos por fin en marcha junto al monumento a aquéllos que recogieron en la pradera de Prati los suministros lanzados en paracaídas por las tropas aliadas durante la II Guerra Mundial. Dichos suministros permitirían continuar la lucha de guerrillas contra las tropas alemanas.



La primera subida, potente, nos llevó al centro de la cresta que, con determinación, seguiríamos durante unas tres horas. de nuevo una pena el no haber contado con mejores condiciones meteorológicas, porque nos hubiera permitido tener unas espectaculares vistas. De todos modos, el juego de las nubes bajas movidas por el viento y los rayos de sol que aquéllas dejan acercarse a la tierra no tenía nada que envidiar a otras tantas situaciones atmosféricas y medioambientales.














Tras las crestas, el camino fue descendiendo y adentrándose en pequeños hayedos en los que, entre la niebla y el verde oscuro, nos parecía estar caminando por un paisaje de druidas, dragones y mazmorras.  El día aguantaba, pero las nubes eran cada vez más negras.












Tras un buen rato caminando entre árboles tocó ascender de nuevo al cresterío. Nos debía quedar algo más de media hora cuando el cielo comenzó a descargar. Lo hizó casi sin avisar (si no consideramos el color del cielo como un aviso durante todo el día). El resultado final fue 40 minutos bajo una lluvia atronadora y un viento helador a principios del mes de septiembre que nos trasladaba mentalmente a marzo, aunque sin nieve. CG no se dio por vencido, aunque sus fuerzas se veían mermadas por el intenso frío.

A las 5 horas y media de camino llegamos al refugio de Usciolu. Poco a poco fue llegando la gente. Nosotros decidimos probar suerte de nuevo con las camas del refugio y cuál fue nuestra buena estrella porque nos hicimos con las dos últimas. Había momentos que, fuera de la estrecha cocina donde todos nos hacinábamos sin hacer mucho más que leer, conversar y jugar a las cartas, la niebla lo cubría todo y parecía que jamás hubiera llovido de tanta agua como caía.



Cenamos la comida del refugio y discutimos con unos y con otros qué es lo que íbamos a hacer al día siguiente. Alguien llamó a Meteo France para confirmar la situación: una enorme borrasca se había detenido sobre Córcega y estaba descargando todo lo que no había llovido los cinco meses anteriores. Resultado... alerta naranja.

Hablamos con Constance y Guillaume, con Inne y Hans y, por supuesto, con François. A la mañana siguiente decidiríamos qué hacer. Los cuatro primeros iban a dormir en las tiendas que les iba a dejar el guarda (el más simpático de todo el recorrido) porque las suyas, de tanta agua como les había caído las dos últimas noches, estaban prácticamente inservibles.

A las 6 de la mañana abrí mi primer ojo con la intención de ir al cuarto de baño. Salí del saco, me acerqué a la puerta de la habitación del refugio que daba al exterior y... no veía ni a un metro mientras caía un enorme aguacero. A las 7 la situación seguía igual. A las 8 tres cuartos de los mismo. El tiempo transcurría y había que tomar una decisión. Básicamente había dos opciones -la de andar ese día estaba completamente descartada: bien esperar un día a que despejara y doblar alguna de las 3 etapas que nos quedaba; bien bajarnos de la montaña, camino cuesta abajo de 3 horas, y abandonar el GR20.

La decisión no fue fácil. El guarda nos decía que aquello no iba a parar en tres días. Pero, al mismo tiempo, sabíamos que si abandonábamos tan cerca del final, quizá nunca volviéramos a terminarlo. Finalmente, en coordinación con Inne, Hans, Guillaume y Constance, decidimos bajar a la civilización. La prudencia es fundamental en la montaña. 

Salimos del refugio y en la primera y única cuesta arriba nos cayó todo el granizo del mundo. Después de eso nos esperaban casi tres horas de bajada entre auténticos ríos de agua, lodazales y resbaladizas piedras de granito. Sobrevivimos habiendo besado más de una vez la pacha mama (madre tierra).



Al final del camino, además de las zarzas -donde dimos buena cuenta de sus moras-, nos esperaba Cozzano. Pequeño y singular pueblo corso, con varios establecimientos rurales y en el que conseguimos encontrar un apartamento para seis con lavadora. Montamos nuestro chiringuito, fuimos de compras en la tienda, interactuamos con los propios en el bar tomándonos una Pietra -cerveza corsa con sabor a castaña- y hasta negociamos transacciones financieras con la boticaria del lugar. El amargo sabor de boca por haber tenido que dejar las cumbres y el GR20 empujados por el mal tiempo se matizó entre animadas conversaciones en inglés, francés y castellano. Ah, y por la cena regada con vino tinto. No voy a decir que fuera bueno, porque no fue así, pero animar desde luego que animó.



Nuestro objetivo a partir de este momento era otro. Había que llegar a la playa, dejar atrás el mal recuerdo de la borrasca, que estaba causando las peores inundaciones de los últimos 30 años en las zonas costeras de la isla, y disfrutar del descanso merecido. Habrá que esperar a la última entrada del viaje para eso...